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Cuando se tiene carácter…

Mauricio Botero Caicedo
29 de junio de 2013 - 09:00 p. m.

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de uno de los colombianos que ha dejado más profunda huella en nuestra historia reciente: Alfonso López Michelsen. Amigo íntimo de mi padre, Douglas Botero Boshell, tuve el privilegio de verlos tanto a él como a Cecilia, su mujer, con frecuencia.

Pero aparte de breves saludos, nunca hubo mayor interacción en esos años. Sin embargo, a raíz del fallecimiento en 1997 de mi progenitor, el doctor López se convirtió en un ‘protector’ al que con periodicidad le consultaba temas de diversa y variada índole. George Clemenceau, el fogoso político francés de principios del siglo XX, afirmaba que “cuando se tiene carácter, se tiene mal carácter”. (Quand on a du caractére, on la mauvais). Varios que tuvieron que tratar al doctor López Michelsen en su presidencia afirmaban que no era fácil de lidiar. Más que difícil, me temo que su tolerancia a la mediocridad era muy baja. Tuve la inmensa fortuna de conocerlo cuando su carácter, lejos de haberse avinagrado como ocurre con frecuencia con algunos vinos y ciertas personas, se había suavizado a tal nivel que nadie que lo hubiera conocido en el otoño de su vida, hubiera creído las versiones que circulaban.

El atractivo que ejercía el doctor López sobre las mujeres, indistintamente de la edad, era proverbial. En buena parte, sospecho, porque tenía la virtud de escucharlas con interés y mal disimulada curiosidad. Hablaba perfectamente francés e inglés. Recitaba de memoria capítulos enteros de Shakespeare o de Rimbaud e igual discurría con propiedad de música clásica checa, como de rancheras o vallenatos. A Alfonso López Michelsen le caía como anillo al dedo la sentencia de Gómez Dávila: “Hombre inteligente y culto es el que se interesa, como las solteronas chismosas, en cosas que no conciernen su pellejo”. La afabilidad en el trato con las mujeres la hacía extensiva a sus otros congéneres, sin distinción de su nivel económico o social, llámense magnates, campesinos o empleadas domésticas.

A pocas semanas de haber dejado la Presidencia (1974-1978) ocurrió el cobarde asesinato de quien fuera su ministro de Agricultura, Rafael Pardo Buelvas, que lo conmovió sobremanera en parte porque el objetivo del asesinato era él. En sus Memorias Políticas López Michelsen hace el siguiente relato: “Un día, el 14 de septiembre de 1978, un grupo de anarquistas que pertenecían en su mayoría a la familia Abadía Rey, decidió asesinarme. Para tal efecto se organizaron bajo la inspiración del más audaz de entre ellos, de apellido Camelo, casado con Adelaida Abadía. Camelo planeó todos los detalles del homicidio, contando con la complicidad del ala extremista del Cinep, una organización promovida por los Padres Jesuitas de izquierda, amigos de la liberación por la violencia. Fue en el Cinep de Medellín en donde Camelo se ocultó, a raíz del homicidio contra el ministro Pardo Buelvas”.

Es temerario especular qué estaría pensando Alfonso López Michelsen sobre la coyuntura política actual. Refiriéndose a Salvador Allende, en el primer tomo de sus Memorias, López afirma: “Siempre me llamó la atención lo contradictorio de sus apreciaciones políticas y, diría yo, de una cierta ingenuidad para juzgar la condición humana. Allende creía que se podía adelantar una revolución por cartilla, preservando simultáneamente las libertades democráticas tradicionales y recurriendo al electorado en épocas normales. Como si no se tratara de una revolución”. Sospecho que el presidente López, aun estando de acuerdo con que se adelanten las conversaciones de paz, rechazaría de manera tajante cualquier intento por parte de la guerrilla de modificar el modelo democrático de libre mercado por vía distinta que la de las urnas.

 

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