Culadas

Tatiana Acevedo Guerrero
30 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

El debate en torno a las nalgas de la presentadora Cediel resume algunas de las opiniones que despiertan las intervenciones estéticas. Más allá de la poca regulación del negocio (se inyecta botox hasta en las misceláneas), la discusión pública se concentró en las razones que tuvo Jessica para querer cambiar.

Opiniones en distintos medios coincidieron en que Jessica, o en su defecto cualquier mujer que resuelva ponerse, quitarse o transformarse, lo hace por una de tres razones fundamentales (o una combinación de éstas).

Porque se ve obligada por la “cultura mafiosa” dominante. En el “imperio traqueto” más es mejor, la “narcoestética promueve el boom del trasero”, los maridos narcos “transforman a sus mujeres”.

Porque se ve arrinconada por la presión del mundo del espectáculo. Modelos y actrices sucumben ante la dictadura de las revistas internacionales, malintencionados managers y médicos “pirañas que las hacen dudar de su belleza”. Según Jessica, las mujeres que pertenecen a la farándula sufren, tienen mucha responsabilidad y “se dejan influenciar por voces”.

Porque no posee las capacidades mentales suficientes y esto le impide tomar una decisión racional. Puede ser que la mujer no tenga el coeficiente intelectual suficiente, o que de plano sufra de una enfermedad mental. Jessica tiene “el cerebro vacío”, declaró una de sus colegas. Jessica sufre de “dismorfofobia”, concluyeron en la radio matutina.

En cualquiera de los tres casos, la mujer que se “retoca” es una víctima. Del narcotráfico “maldito”, de la televisión, de la bobada o la locura.

Esta “victimitis aguda” que infantiliza a las mujeres (muñecas de la mafia o de TV y Novelas) omite que la decisión adulta de cambiar se sustenta, también, en un frío cálculo de costo/beneficio: movilidad social, oportunidades laborales, seguridad, relaciones sentimentales.

Y queda impune, además, el clasismo solapado que sigue a toda crítica que se le hace a la “narcoestética”. “En cambio, para las mujeres de clase, menos es más”, decía un experto en la televisión. Como si eso no pudiera considerarse otra “dismorfofobia”.

 

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