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Cultura y Sociedad (III) Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes

Hernando Roa Suárez
17 de diciembre de 2014 - 02:03 a. m.

Hoy nos ocuparemos de dos novelistas maravillosos que han engrandecido las artes y los oficios de leer y escribir. Disfrutémoslos.

 Mario Vargas Llosa
“Una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de generaciones demorando la reconstrucción democrática”. M.V.LL.

Pleno de experiencia, calidad literaria y vocación democrática, en su discurso del 7 de diciembre de 2010, Mario Vargas Llosa revisó cuidadosamente su pasado para darnos en pleno siglo XXI, un testimonio magnífico como lector, escritor y fabulador. Al recibir el premio Nobel de Literatura nos legó una versión que, a manera de grandes trazos autobiográficos, permite que el mundo conozca su evolución, luchas, búsquedas, éxitos y el espíritu creativo de un excepcional latinoamericano, comprometido radicalmente con los ideales y presupuestos de la democracia.

Vargas Llosa es un ciudadano del mundo que habiendo disfrutado, especialmente Europa y América Latina, cuestiona incisivamente los crímenes del nacionalismo y reconoce los valores constructivos del patriotismo. Su obra nos habla de “la pasión, vicio y maravilla que es escribir” y en párrafo sintetizador sostiene: “Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma – la lectura y la escritura – lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dikens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada”. Asimismo, reconoce haber leído a “Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros”. Y agrega: “En los libros descubrí que, aún en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera solo porque sin la vida no pudiéramos leer ni fantasear historias”.

No transige con los regímenes fascistas, nacional-socialistas o colectivistas de corte soviético o chino. Ni tampoco “con todas las dictaduras de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes de Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid del África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar)”.

De la lectura reflexiva de la totalidad de su discurso de aceptación del Nobel, podemos concluir que, en buena hora, este peruano -inmortalizado por su literatura- nos entregó un texto que puede ser objeto de un serio trabajo psicoanalítico que mostraría la apasionante evolución de un pensante latinoamericano en búsqueda de libertad, justicia, pluralismo, equidad e imaginación creadora.

Carlos Fuentes. (1928-2012)
Él conoció y practicó el poder de la palabra y el ejercicio de la libertad creativa.  ¡Qué gran latinoamericano!

Veamos unas notas sobre esta personalidad de los siglos XX y XXI, que realizó -parte sustantiva de su existencia- dentro del contexto de la problemática de la globalización contemporánea.

Inicié mi contacto con su obra literaria, con la lectura de La región más transparente, editada por el Fondo de Cultura Económica, hace unos decenios. Después, continué con Aura, La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra, Gringo viejo, La frontera de cristal, La silla del águila, Todas las familias felices, La cabeza de la hidra… y La gran novela latinoamericana. Pasaron los años y, estando estudiando en España, me alegró trabajar su Prólogo al Informe Social de la Cepal donde analizó, cuántica y cuálicamente, magnitudes de nuestros atrasos e injusticias en los 90’s.

Posteriormente y, con gran deleite vi, en directo, su magistral intervención en Cartagena con motivo de los 80 años de Gabo. Allí dejó estampado el testimonio del conocimiento profundo que tuvo de Cien años de soledad y el afecto por el amigo y el colega. Se me presenta conveniente recordar entonces, su inolvidable carta a Julio Cortázar. Recordemos: “Querido Julio: Te escribo impulsado por la necesidad imperiosa de compartir un entusiasmo. Acabo de leer Cien años de soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayo, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer este libro, como si le hubiese dado la mano a todos mis amigos. He leído el Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué maravillosa recreación del universo inventado y re-inventado! ¡Qué prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y lo imaginario!”.

Y: ¿qué tal la densidad de su “Cuartilla breve para una literatura grande”, a propósito de los 125 años de El Espectador? Y ahora: cuánta responsabilidad en sus dos últimas entrevistas con Carmen Aristegui en México; cuánto énfasis en el valor que la educación tiene en la renovación y progreso de los pueblos; cuánta reflexión incisiva en la denuncia de la mediocridad de la mayoría de los candidatos a la Presidencia de la República, en el último debate electoral. Disfruté su vitalidad, manejo de la información, conciencia democrática y responsabilidad histórica con las mayorías mexicanas. Él conoció bien el poder de la palabra y el ejercicio de la libertad creativa.

Carlos Fuentes se nos fue en la plenitud de su vocación de escritor. ¡Qué bello testimonio para las nuevas generaciones en medio de ciertas superficialidades, inautenticidades y falta de compromiso histórico, con lo mejor de las tradiciones latinoamericanas! Carlos Fuentes es –en pleno siglo XXI- un paradigma para nuestra juventud sobre las implicaciones que se derivan del saber leer y escribir, con consagración. Gracias por su vida, Carlos; lo seguiremos leyendo, como justo homenaje a su labor. roasuarez@yahoo.com

P.S. Para los lectores de El Espectador y de la columna, mil gracias por sus comentarios a lo largo de 2014, y mis mejores deseos por un nuevo año pleno de realizaciones.

 

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