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De balances y caídas en Brasil 2014 (y II)

Columnista invitado EE
23 de agosto de 2014 - 01:20 a. m.

“Los personajes de los cuentos estaban enojados porque los niños del mundo abandonaban los libros en donde ellos vivían por ir a ver ese disparate que sucedía cada cuatro años”. Gaby Vallejo Canedo.

“Siquiera se murieron los abuelos”, dice la canción, y más adelante hace inferencias sobre las desgarradoras situaciones actuales. Hay razones para confirmar la hipótesis de lo positivo de la muerte de los abuelos. No les tocó ver que un niño mate a su hermanito menor; no habitaron estas guerras por una bolsa de agua, tampoco se vieron obligados a conjugar el verbo chatear ni se tomaron una autofoto ni se bañaron con un balde de agua fría mientras animales y seres humanos mueren de sed e inanición. Sí, siquiera se murieron los abuelos porque no les tocó presenciar atrocidades virtuales ni violencias digitales ni violaciones carnales. Pero no se puede afirmar que todo tiempo pasado fue mejor porque nuestros abuelos padecieron contextos similares: la violencia es tan humana como la humanidad misma. Los abuelos que no asistieron, por las múltiples formas existentes, al Mundial de Brasil 2014, se perdieron de ver un equipo con un espíritu solidario. No vieron el gol-arte de James ni la tragedia agonística de Brasil en su casa frente a Alemania. Algunos dirán que no se perdieron de nada, pero se perdieron de todo porque en estas escenas tan inútiles y baladíes están representadas las comedias humanas, sus paradojas, sus contradicciones: el fútbol es como la vida y la vida es como la vida. Valeria: tu pregunta no encuentra respuesta, pero sí posibilidades de más preguntas. Julio Grondona se despidió de este mundo sin asignar el nuevo técnico de esa Argentina que se acostumbró a ganar de cualquier manera: los abuelos tampoco vieron el rostro adusto y grave del Messi(as) argentino cuando recibió un trofeo que no le pertenecía. Tampoco asistieron los abuelos al gesto caníbal de un jugador de fútbol ni a la decisión arbitral de una cámara que se metió en el arco para fisgonear sobre las curvas peligrosas de la pecosa que tiene cara de máquina demoledora y que pocos acarician como mujer. (Alguien dijo que le decía “vieja” al balón porque lo acariciaba como a su madre, su esposa y su hija). Alfredo Di Stéfano decidió morirse cinco días antes de ver ese marcador inusual por 7-1 y no quiso ver la vuelta olímpica de Alemania en tierras brasileñas. Kafka se inventó a Gregorio Samsa para hacer sentir lo extremadamente frágiles que somos los seres humanos ante la derrota. La metamorfosis es el libro de las humillaciones y vergüenzas humanas, es la muestra fehaciente de que no nos educaron para jugar poéticamente. Por eso asistimos hoy a la caída y desaparición de aviones, masacres y niños quemados en un bus. Los abuelos se perdieron el gol de James con el número 10 del Real Madrid. No se perdieron de nada, pero se perdieron de todo. Si quiera existe ese “disparate de cada cuatro años”.

Juan Carlos Rodas Montoya *

 

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