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De bandidos y otras magias

Reinaldo Spitaletta
29 de abril de 2014 - 04:00 a. m.

Aunque el realismo mágico no fue una invención de García Márquez, un escritor del Caribe del cual algunos colombianos dudan de su existencia, fue él quien nos dio pautas para observar que, en un país consagrado al Corazón de Jesús, había hechos de pavor, como que a alguien le cortaran la lengua y se la pusiera a guisa de corbata. Y todo continuara como si nada.

Antes de que García Márquez escribiera algo emparentado con aquello que Úslar Pietri, el escritor venezolano, denominó “la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas”, ya el asesino material de Jorge Eliécer Gaitán aparecía con tres corbatas, un misterio que, como el magnicidio del líder popular, no ha podido aclararse. Como tampoco el crimen de Mamatoco ni, en parte, los casos de la Handel y la Trilladora Tolima, que implicaron las maniobras de avivato de uno que llegó a ser presidente de Colombia.

El realismo mágico ha estado presente a borbotones en la historia nacional. Pero para no viajar al pasado remoto, podemos repasar aspectos más recientes: por ejemplo, que los dueños de una constructora, que se le cae un edificio, mata a once personas, y otras de sus torres tienen que ser desalojadas porque no cumplen con normas mínimas de sismo-resistencia, estén todavía gozando de impunidad.

El apagón de César Gaviria, uno de los presidentes más nefastos de nuestra aporreada historia republicana (aunque sus sucesores han sido peores que él) sirvió, por ejemplo, para que una señora del barrio Buenos Aires, de Medellín, dejara de creer en las bondades del padre Marianito, beatificado luego por el Vaticano. Ella, que tenía que madrugar a trabajar, le tocaba hacerlo más temprano (y más oscuro), como todos los demás trabajadores en esos días de ingrata recordación. Antes de salir, se encomendaba al santón para que nada le pasara.

Y ni así. Porque una mañana de apagón, la atracaron, le robaron la cartera (incluso en ella tenía una imagen del ahora beato) y la dejaron muerta del susto en la calle. “Desde entonces el tal Marianito comenzó a caerme gordo”, contó a sus amistades. “El padre ese no sirve para nada”, agregó, mientras sus oyentes se desternillaban de risa.

Hay tantas cosas que en este país de inequidades pertenecen al realismo mágico, que uno se queda turulato. Por ejemplo, con las pirámides de estafadores, las acciones de Invercolsa, los asaltos a los ahorradores, la privatización de empresas boyantes, la farsa de la ley de justicia y paz, la muerte de los chigüiros en el Casanare… Y nada de eso, sin embargo, ha estado adornado por el vuelo de mariposas amarillas.

Y mientras la mayoría de gente carece de seguridad en todos los sentidos, a un expresidente le ponen 300 escoltas. Por artes mágicas y maravillosas, en el pasado foro mundial de urbanismo realizado en Medellín, desaparecieron de sus calles céntricas centenares de indigentes. La alcaldía los escondió para no mostrar a los visitantes las llagas de un sistema social de ignominia. Ah, y después del evento internacional, se ocultaron los policías que patrullaban (o simulaban patrullar) las calles del peligroso centro de la ciudad.

Esa suerte de realismo mágico ejercido por la clase política colombiana, que puso en consulados y representaciones diplomáticas a delincuentes, que practica el clientelismo, que se alía con “paracos”, que vende el país al mejor postor, en fin, no se parece en nada, por supuesto, al del fabulista de Aracataca. Porque, además, el de aquella es burdo y de una gran vulgaridad.

Aquí se esfuma el erario público, levitan los delincuentes que se alzan en vuelo y huyen del país para escapar de una justicia que ni siquiera es coja, sino inexistente. Y del realismo mágico se salta al realismo del terror, como en Buenaventura y sus “casas de pique”, o como el que se sigue sembrando entre las víctimas desterradas para que no recuperen sus parcelas. O aquel otro que todavía está regado por barriadas y veredas, con extorsiones y otras “vacunas”.

El realismo mágico es una suerte de “adivinación poética” o “una negación poética de la realidad”. Y García Márquez lo elevó a alturas celestiales, con muestras de guerras civiles, anónimos amenazantes, masacres de obreros bananeros, dictadores que venden el mar o con personas de la tercera y última edad que se aman hasta el infinito. El realismo colombiano, por el contrario, está lleno de bandidos y asesinos, que, por lo demás, puede que jamás hayan leído una obra del finado escritor.

 

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