Yo soy como el picaflor

De cómo perdí la fe en la publicidad

Ricardo Bada
25 de abril de 2017 - 07:39 p. m.

De haberme conocido Quevedo en mis años infantiles y aún adolescentes, yo podría haberle

inspirado un soneto que comenzara diciendo «Érase un crío a una radio pegado». La radio fue

con toda certeza la primera de mis pasiones, y andando el tiempo mi profesión.

Me pasaba horas y horas oyendo programas de radio y, por supuesto, me sabía de memoria

todas las canciones de los cantantes y conjuntos de aquellos años, amén de todas las que nos

propinaba la publicidad; entre ellas una alabando las propiedades insecticidas del DDT Chas,

con un coro inaudito: «DDT Chas, no hay quien te aguante, / tú como el gas / la muerte das / en

un instante»... ¡Tan reciente Auschwitz, por Dios!

La más popular de todas esas canciones era sin duda la del ColaCao, donde podíamos oír,

acerca de sus virtudes, que «lo toma el futbolista para entrar goles, / también lo toman los

buenos nadadores, / si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista, / y si es el boxeador, golpea

que es un primor». (Dicho sea de paso, no sé de dónde sacó el letrista lo de “entrar goles”, algo

que jamás ha dicho ni un solo español en toda su vida).

Lo cierto es que mis primeros Juegos Olímpicos seguidos de manera consciente y apasionada,

por radio –la TV todavía no había llegado a España–, fueron los de 1952, en Helsinki. Tenía yo

13 años y, como todos los chicos de esa edad, estaba convencido de que mi país era una gran

cosa, no en vano fuimos en 1950 uno de los cuatro finalistas del Mundial del Brasil, y el único

al que no le ganó Uruguay, que se proclamó campeón gracias al maracanazo.

Además, debo confesarlo acá, la machacante publicidad del ColaCao me daba la seguridad de

que nuestros atletas –a dieta de aquel producto «sin par», como se pregonaba en otra estrofa de

la canción– iban a copar el medallero de Helsinki. Pero lo cierto es que ni entraron goles

nuestros futbolistas, ni nuestros nadadores dejaron en ridículo a los delfines, ni nuestros

ciclistas se hicieron los amos de las pistas, ni nuestros boxeadores golpearon más que sus

primorosos rivales.

La única medalla que consiguió España fue una de plata, en tiro de pistola libre, modalidad

olímpica que es todo un reto, tanto que la llaman “modalidad reina de la precisión”, pues se

dispara sobre un blanco de 0,50x0,50 m. a una distancia de 50 metros.

Pero se daba el caso es que el tirador español medalla de plata, Ángel León Gozalo, era policía,

es decir, pertenecía a uno de los colectivos más odiados en la España franquista. Ni siquiera nos

podíamos alegrar por ese triunfo. Y así fue cómo desde Helsinki 1952 le perdí por completo la

fe a todo lo que me quería vender la publicidad, y en ello sigo desde entonces.

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