De haberme conocido Quevedo en mis años infantiles y aún adolescentes, yo podría haberle
inspirado un soneto que comenzara diciendo «Érase un crío a una radio pegado». La radio fue
con toda certeza la primera de mis pasiones, y andando el tiempo mi profesión.
Me pasaba horas y horas oyendo programas de radio y, por supuesto, me sabía de memoria
todas las canciones de los cantantes y conjuntos de aquellos años, amén de todas las que nos
propinaba la publicidad; entre ellas una alabando las propiedades insecticidas del DDT Chas,
con un coro inaudito: «DDT Chas, no hay quien te aguante, / tú como el gas / la muerte das / en
un instante»... ¡Tan reciente Auschwitz, por Dios!
La más popular de todas esas canciones era sin duda la del ColaCao, donde podíamos oír,
acerca de sus virtudes, que «lo toma el futbolista para entrar goles, / también lo toman los
buenos nadadores, / si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista, / y si es el boxeador, golpea
que es un primor». (Dicho sea de paso, no sé de dónde sacó el letrista lo de “entrar goles”, algo
que jamás ha dicho ni un solo español en toda su vida).
Lo cierto es que mis primeros Juegos Olímpicos seguidos de manera consciente y apasionada,
por radio –la TV todavía no había llegado a España–, fueron los de 1952, en Helsinki. Tenía yo
13 años y, como todos los chicos de esa edad, estaba convencido de que mi país era una gran
cosa, no en vano fuimos en 1950 uno de los cuatro finalistas del Mundial del Brasil, y el único
al que no le ganó Uruguay, que se proclamó campeón gracias al maracanazo.
Además, debo confesarlo acá, la machacante publicidad del ColaCao me daba la seguridad de
que nuestros atletas –a dieta de aquel producto «sin par», como se pregonaba en otra estrofa de
la canción– iban a copar el medallero de Helsinki. Pero lo cierto es que ni entraron goles
nuestros futbolistas, ni nuestros nadadores dejaron en ridículo a los delfines, ni nuestros
ciclistas se hicieron los amos de las pistas, ni nuestros boxeadores golpearon más que sus
primorosos rivales.
La única medalla que consiguió España fue una de plata, en tiro de pistola libre, modalidad
olímpica que es todo un reto, tanto que la llaman “modalidad reina de la precisión”, pues se
dispara sobre un blanco de 0,50x0,50 m. a una distancia de 50 metros.
Pero se daba el caso es que el tirador español medalla de plata, Ángel León Gozalo, era policía,
es decir, pertenecía a uno de los colectivos más odiados en la España franquista. Ni siquiera nos
podíamos alegrar por ese triunfo. Y así fue cómo desde Helsinki 1952 le perdí por completo la
fe a todo lo que me quería vender la publicidad, y en ello sigo desde entonces.