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De elecciones y otras “porquerías”

Reinaldo Spitaletta
17 de junio de 2014 - 04:00 a. m.

Santos comenzó muy mal: por estar pasando en la televisión los resultados de su triunfo, no se pudo ver el partido de Argentina.

Lo dijo alguien, visiblemente disgustado, en un café de barrio. Otro advirtió: “Siquiera se acabó esta porquería de campaña electoral”, y otro, que tomaba tinto a falta de aguardiente, por la ley seca, señaló: “lo único bueno de estos días es la Selección Colombia”.

Después, cuando se conocieron los resultados (en los cuales, en rigor, ganó otra vez la abstención), se escuchó la voz destemplada del tutor del perdedor de los comicios, Álvaro Uribe Vélez, que sin protocolos conectados con la decencia, parecía un toro (mas no de casta, sino un cebú de corralejas) acabado de puyar. En realidad, sus palabras parecían un autorretrato de lo que hizo en sus ocho años de gobierno, en cuanto a la corrupción y la politiquería.

“En nombre de la paz, el gobierno Santos impulsó la mayor corrupción de la historia, caracterizada por abuso de poder”, señaló con no disimulada rabia el expresidente, que en sus días de mandatario parecía más un tiranuelo que un estadista demócrata. Advirtió que hubo repartición de dineros a parlamentarios para la compra de votos, una abominable táctica en la que su gobierno también incurrió. Y no solo para la compraventa de sufragios, sino en el cambio del “articulito” para la reelección. Quizá se olvidó del reparto de gabelas a varios conmilitones suyos para que votaran por el cambalache. Tal vez, en estas elecciones le estaban dando de su misma medicina.

Y en este punto hay que agregar que, como se vio, la maquinaria oficial santista, con la sartén por el mango, aplicó los mismos métodos que no solo Uribe, sino sus antecesores, han utilizado. Han tenido el Estado para su usufructo, y entre los métodos ya inveterados han sobresalido los de la repartija de dineros y otras canonjías para “motivar” a los votantes. Ya no solo se compra a la gente con un sancocho, un bluyín o una botella de licor, sino con dinero en efectivo.

Dijo, además, que el presidente candidato permitió, por omisión, las amenazas y “presión violenta de grupos terroristas sobre los electores” para que votaran por aquel. De ser así, debería denunciarlo ante los organismos competentes, cosa que no hizo, por ejemplo, cuando en las campañas electorales en las que él salió presidente, los “grupos terroristas”, bandas delincuenciales y el paramilitarismo, presionaban a los electores para que sufragaran por él.

Finalmente, dijo que “debemos levantarnos en contra de la pedagogía del miedo convertida en política que pretende que la compra de votos sea institución nacional”. Aquí algunos rieron y otros se indignaron. Cómo así, se oyó decir, si ese método, el de la “pedagogía del miedo”, no sólo para comprar votos, fue uno de los preferidos suyos.

Para más, como también lo expresaron algunos observadores, fue el valido de Uribe, el candidato perdedor, que dijo, al reconocer la derrota, que en su “corazón no quedan odios ni rencores”. La paz, que “es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, se volvió una promesa de campaña, que ojalá se cumpla. Ahora, habrá que estar alerta (incluidos los izquierdistas neosantistas), para que además de poder obtenerse una salida política negociada al conflicto armado colombiano, oponerse a las políticas neoliberales del gobierno.

Tanto votantes como abstencionistas deberán pelear contra las privatizaciones, la degradación de la salud, del empleo, de la educación y del medio ambiente, y contra la prosternación del Estado colombiano ante las transnacionales. El de Santos ha sido un gobierno proclive a los intereses y ambiciones de las corporaciones. La paz, que como se sabe no es materia de poca monta, no debe convertirse en mampara que oculte la esencia antipopular del régimen y su vocación de acólito de los mandamases extranjeros.

En el café de barrio, el domingo al atardecer, unos contertulios insistían en que Santos comenzó muy mal y que, para fortuna del medio ambiente y la salud mental, siquiera “se acabaron estas porquerías de elecciones”.

 

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