De la política del odio al colapso de la paz

Augusto Trujillo Muñoz
03 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

La política del odio invade al mundo, escribió hace casi un lustro, en el diario El País de Madrid, el politólogo español José Ignacio Torreblanca.

Se veía preocupado por el Tea Party, por el régimen de Putin, por el Partido de la Independencia británico UKIP, el cual dio inicio al proceso que culminó con el Brexit. Aún no se habían extendido los populismos de todos los signos. Pero recordó los comentarios del periodista Pat Buchanan sobre la Convención Republicana que eligió a George Bush, cuando dijo que los gringos habían ganado la Guerra Fría, pero que ahora necesitaban ganar la guerra cultural.

Hoy los populismos no son fenómeno extraño. Están a la orden del día y se mueven en una dinámica agresiva y pasional. Su eje no es el pensamiento, ni siquiera el sentimiento, sino las vísceras. No les interesa la convivencia, prefieren la destrucción del otro. Trump quiere que los gringos vuelvan a ganar guerras y Maduro, establecer el delito de opinión. Podemos en España y el Frente Nacional en Francia quieren afinar el odio contra los que piensan distinto y los regímenes norcoreano y filipino, descerrajarles un tiro en la cabeza. Entre unos y otros no hay diferencias desde el punto de vista moral.

Por desgracia Colombia no es la excepción. Las relaciones entre su gente se volvieron viscerales. No solo en el ejercicio de la actividad pública sino en la vida cotidiana. La cúpula políticogubernamental, los partidos, las redes sociales, los mismos medios de comunicación, todo el mundo está contaminado por la política del odio. Una sociedad heterogénea, desigual, excluyente, como la colombiana, necesita construir espacios para la convivencia, o termina condenada a sufrir el colapso de la paz.

Mientras las Farc avanzan hacia su desmovilización y, trabajosamente, se intenta lo mismo con el Eln, la delincuencia común, organizada en diversos grupos, invade los territorios que aquellas ocupaban. El Estado, al parecer, no puede evitarlo. Los líderes políticos y de opinión se comportan con ferocidad y descompostura. El resultado es una sociedad polarizada, violenta, fracturada en pedazos gracias a la política del odio. Por supuesto, el país necesita que los guerrilleros entreguen sus armas, pero, también, que sus dirigentes desarmen los espíritus.

El experimento de la Unión Europea muestra que, por encima de las guerras, es posible el entendimiento en medio de la diferencia. Eso es clave en una sociedad multicultural como la nuestra. Es irresponsable que sus dirigentes privilegien la confrontación sobre el entendimiento: el presidente y el expresidente, el vicepresidente y el alcalde de Barranquilla, el exprocurador y un exministro. Son múltiples los espectáculos que repugnan al concepto mismo de civilización. Todo eso es inspiración del populismo.

Los populistas son tribales y autoritarios. No entienden la pluralidad. Ven en el otro un enemigo. Los pluralistas, en cambio, aceptan la legitimidad del adversario. Como insiste el papa Francisco, apuestan por el diálogo inteligente. Aquellos, para usar una frase del poeta Machado, son propensos a usar la cabeza para embestir. En Colombia es preciso desterrar la polarización. Si en una sociedad plural la política no puede construir consensos entre personas y grupos diversos, la culpa no es de la política sino de los políticos. Habría que cambiarlos. Por fortuna el pueblo es superior a sus dirigentes.

@inefable1

*Exsenador, profesor universitario.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar