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De obituarios y muertos ilustres

Reinaldo Spitaletta
17 de marzo de 2015 - 04:32 a. m.

La muerte, como una suerte de comunismo forzoso, lo iguala todo. O casi todo.

Porque en los obituarios, en especial cuando son de gentes de postín u hombres de pro, como se les decía antes, las diferencias sociales salen a flote y prevalecen. Nada más, en estas geografías en las que hace años se instauró un modelo empresarial, en el que la burguesía antioqueña, en estrecha alianza con el curato y el Estado, montó un imperio en el que los obreros fueron tragados por el le viatán, hubo tres casos recientes.

El tal modelo, que dio cuenta de lo que se ha llamado por sus epígonos un derivado de “la pujanza paisa”, promocionó el paternalismo fabril, consistente, entre otros asuntos, en proporcionar condiciones adecuadas a los trabajadores para que su productividad fuera mayor y no estuvieran pensando en reivindicaciones sindicales ni en derechos laborales. Era un modo de mantener el rebaño en buenos pastos y sin que hubiera campo para las ovejas negras.

Como un derivado de aquel modelo nacido en los albores del siglo XX, surgieron en Medellín nuevos dirigentes de la burguesía, sobre todo en tiempos en que ya la industria textil estaba en crisis, y cuando los capitales financieros entraban a ser parte de tremendas plusvalías y especulaciones. Uno de ellos, que además fue gobernador de Antioquia en el mandato de Belisario Betancur, fue Nicanor Restrepo Santamaría, fallecido el sábado último en Medellín.

El modelo en mención también dio posibilidades de expresión al comercio, que ya tenía una larga tradición en estas breñas. En 1947, se creó en Medellín un almacén que revolucionaría el mercado de entonces. Se llamaba Caravana y lo fundó Víctor Orrego, muerto el sábado pasado a los 96 años. En 1948, como muchas tiendas y almacenes, fue saqueado como consecuencia del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Tras el asalto, quedaron zapatos nonos, y entonces sacó cuñas de radio que convocaban a los compradores, porque en el Caravana encontrarían el otro par.

El señor Orrego fue un pionero de la publicidad en Medellín. Con el lema de “el gigante de los precios enanos”, una vez alquiló un tigre de un circo y lo puso en la vitrina. El gentío era abrumador. Otra, en un cuña radial anunció que en Caravana estaba la mejor nadadora de Colombia. En efecto, en la vitrina había puesto una modelo en traje de baño. Un atrevimiento para la época. Un sacerdote de una iglesia cercana lo acusó de estar “corrompiendo a la sociedad”. En 1955, instaló las primeras escaleras eléctricas que hubo en la ciudad y al almacén no le cabía un alma.

El modelo empresarial poca o ninguna importancia le daba al arte, aunque en Antioquia había ya enormes representantes de la escultura, la poesía, la pintura y la literatura. Los Panidas, por ejemplo, nacieron en medio del auge industrial en la parroquial villa de Medellín. Y de muy lejos, de Ituango, llegó con su mamá un pelado que luego sería una figura clave en el arte antioqueño: Ramón Vázquez, pintor de quijotes y murales de buen trapío. Murió el sábado pasado a los 92 años. El artista, sin dramatismos ni fatuidades, recordaba la situación de miseria que condujo a su mamá a traer a sus hijos a Medellín y dejarlos en una casa de beneficencia.

De los tres, con el único que tuve relación periodística fue con el artista, al que algunos críticos denominaron como el último muralista de Antioquia, continuando los pasos de Pedro Nel Gómez y Lola Vélez, entre otros. Por eso, y porque me han interesado más los artistas que los dirigentes capitalistas y los comerciantes, me impresionó más el fallecimiento del pintor, ilustrador y profesor.

¡Ah!, claro. El boom mediático, con panegíricos, despedida presidencial, discursos altisonantes, se lo llevó el destacado empresario. Los obituarios también tienen su sentido de clase. Y, a veces, el cubrimiento es desmedido, y a lo mejor, al muerto, de poder leer tanta palabrería, pudiera chocarle. Alden Whitman, redactor de necrológicas en The New York Times en los sesentas, se la pasaba pensando cómo iría a redactar los obituarios (aunque muchos los tenía ya listos) de los muertos “creadores de problemas”, como son los del poder, y los de los artistas.

El último sábado hubo tres muertos, uno con más alcurnia que los otros. La tierra (el aire, el fuego) los recibió sin distinciones. Que la paz (palabra desprestigiada) los arrope. 

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