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De rufianes de esquina a moradores de Macondo

Patricia Lara Salive
01 de noviembre de 2012 - 08:17 p. m.

Lo ocurrido en la asamblea del Partido de la U, en la que fijaron posiciones Uribe y Santos y éste, por fin, le cantó la tabla a su antecesor, quien no se resigna a aceptar su condición de ex y a inventarse un oficio distinto del de ser y parecer un pobre viudo inconsolable del poder, fue informado del modo en que decía el gran cronista Ernesto McCausland, ahora galardonado con el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, en que los medios presentan las noticias sobre la guerra: “como un macabro cotejo futbolístico, en la cual un día” ganan “los unos por goleada y al siguiente” lo hacen “los otros por estrecho margen”.

Y por esa forma superficial de dar la información, lo que quedó de esa asamblea fueron un par de memorables frases del presidente, como aquella de que “yo no vengo aquí como un rufián de esquina a demostrar que soy el que manda en el barrio”.

Pero, allí, Uribe y Santos, en sendos discursos de más de siete mil palabras cada uno (cuya lectura completa recomiendo), no sólo mostraron sus diferencias de fondo (la concepción social del Estado, más equitativa, incluyente y democrática en el caso de Santos, más autoritaria en el de Uribe; y de las relaciones internacionales, de cooperación dentro del respeto a las diferencias para Santos y de pupitrazo para Uribe); y sus diferencias de forma (Uribe es, como dirían en Bogotá, un chino mal educado, o mejor, un paisa peleador, macho y domador de caballos, y Santos es un cachaco del curubito, pulido aún más por sus años de vida londinense).

Santos y Uribe mostraron también sus coincidencias. Y, para sorpresa de muchos, las principales de ellas son aquellas que Uribe muestra como sus mayores discrepancias: la primera, la necesidad de minar militarmente a la guerrilla, de golpearla hasta hacerle entender que no puede ganar la guerra para, después, llevarla a negociar; la segunda, que los principales golpes de Uribe a la guerrilla (la caída de Raúl Reyes y la liberación de Íngrid Betancur y demás secuestrados), los dio de la mano de Santos, cuando él era su ministro de Defensa; la tercera, que Santos continuó con idéntica política de seguridad de Uribe, hasta el punto de que dio de baja a los dos principales jefes de las Farc, Alfonso Cano y el Mono Jojoy, y que eliminó a los comandantes de 20 frentes; la cuarta, que Uribe emprendió largas negociaciones con el Eln en Venezuela y en Cuba, sin que hubiera habido compromisos previos como liberación de secuestrados, etc., y realizó intentos de negociaciones con las Farc por intermedio del mismo Frank Pearl que ahora está negociando con ellas; la quinta, y más asombrosa, que mientras Santos respalda a Angelino Garzón, al decir que respeta la decisión que él tome sobre si continúa o no en la Vicepresidencia, dada su difícil condición de salud, Uribe también trabaja “con el vicepresidente Angelino con la visión cristiana de las relaciones entre empleadores y trabajadores e (invita) a la idea moderna del sindicalismo de participación”.

Y la sexta, y más inverosímil de las coincidencias (¡lean los discursos!), es que, seguramente, mientras que Juan Manuel Santos Calderón será el principal candidato en 2014, su más probable y principal rival, el representante de Álvaro Uribe, va a ser Francisco Santos Calderón, ambos hijos de dos papás Santos Castillo y de dos mamás Calderón Nieto, y los dos con iguales abuelos, entre ellos un gran periodista apodado Calibán.

¿Si este no es el Reino de Macondo, entonces qué es?

 

 

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