De Uribe vs. Samper O. y la autorregulación de la violencia moral

Daniel Mera Villamizar
22 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

La ley no logra ni debería controlar el lenguaje ofensivo en el debate político. Le toca a la ética y a la gente.

Primero, para que no haya dudas: creo que es correcto y necesario que el expresidente Uribe se retracte. Segundo, ahí no acaba el problema de violencia moral extendida que tenemos.

También para que esté claro: “La intelligentsia está minando el futuro de la convivencia democrática”, anoté en “El deterioro de las formas y el contenido por una paz sin consenso” (3 de diciembre de 2016).

¿Por qué (principalmente) la intelligentsia y no la parte de la élite política en la oposición? Porque “la clase intelectual es la llamada a mantener el tono y la esencia en una sociedad”. (Con esencia me refería a “nuestros acuerdos fundamentales”, uno de los cuales, la soberanía popular, fue herido gravemente con la activación del fast track por parte del Congreso, bajo la mirada complaciente o ambigua del grueso de la intelectualidad).

Si violencia moral es “el uso de palabras y ofensas que dañan la estima social y la autoestima de las personas”, i) los más educados pueden ser los más dañinos por su dominio de las palabras, y ii) es imposible proscribirla de la vida social por la libertad de expresión.

Un ejemplo de este viernes. Un columnista de El Espectador sugiere que Uribe busca y cultiva seguidores como el sicario Popeye: con “esa clase de seguidores debería cuidar sus palabras; pero para tenerlos, no puede hacerlo”. Es una frase bien lograda en medio de una columna que se esfuerza por describir como un grupo criminal al liderazgo del uribismo. Nadie va a demandarlo, pero cabe la pregunta de si en una Colombia menos polarizada sería socialmente aceptable esa… violencia moral.

Sin el odio del antiuribismo visceral, los excesos de Daniel Samper Ospina y demás tendrían menos audiencia. Ahí hay una retroalimentación.

Mi punto, sin embargo, es más modesto que el “Pacto por la no violencia” que propuso Humberto de la Calle.  No es lo mismo proponer un no a la violencia física —que ya lo tenemos—, que un no a otras formas de violencia. Por ejemplo, si se aplicara como mandamiento que “todas las personas merecen el mismo respeto sin importar su (…) ideología”, limitaríamos de modo discutible la libertad de opinión. Es mejor la autorregulación del lenguaje ofensivo que daña la estima social del ofendido… y del ofensor.

Cualquier letrado comprende que “el deterioro de las formas a la larga dificulta que la intelligentsia cumpla su papel moderador en una sociedad abierta para bien de la convivencia en democracia”. Verse a sí mismo azuzando a una masa digital enardecida plantea dilemas éticos, a los que no pocos son sensibles. Por ejemplo, ¿suspender el rigor en el acercamiento a la realidad propio de la academia por el afán de eficacia argumentativa en una disputa ideológica, sin cargo de conciencia?

Muchos deberían, además de dar RT, incluir en sus tuits un AR (de autorregulado) para advertir cuando se estén conteniendo. Y deberíamos tener un Consejo Ético de Sabios por encima de la polarización, al cual reportarle trinos de líderes de opinión débiles en autorregulación, para obtener lecciones que nos eduquen a todos.

@DanielMeraV

 

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