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Debate cantaletoso

Mauricio García Villegas
26 de abril de 2013 - 11:00 p. m.

Eduardo Posada Carbó no está de acuerdo con mi columna de hace un par de semanas sobre el actual proceso de paz, en donde hablo de la precariedad de los consensos y de los mitos fundacionales en la historia de Colombia.

Dice Posada Carbó que los mitos fundacionales son ante todo construcciones intelectuales y que el problema en Colombia, a diferencia de los Estados Unidos, es que esos momentos míticos (la Independencia, 1910, el Frente Nacional, etc.) han sido destruidos por escépticos (como yo, me imagino) cuya cantaleta sobre las divisiones del país ha dominado el panorama intelectual de Colombia a lo largo de su existencia.

A esto se suma una columna de Santiago Montenegro en este diario, quien tercia en el debate, sostiene que la fragmentación regional tiene sus cosas positivas y reafirma la importancia de la tradición liberal colombiana.

Voy a tratar de responder de manera constructiva, como le gusta a Posada Carbó. Creo que estamos de acuerdo en lo siguiente: 1) en Colombia ha habido intentos importantes por construir consensos e incluso mitos fundadores; 2) por diferentes motivos, sin embargo, ninguno de esos momentos se ha consolidado plenamente y la prueba de ello es que seguimos haciendo intentos, y 3) no obstante, tenemos un saber histórico acumulado sobre las instituciones y sobre la democracia liberal que nos ayuda en esa búsqueda.

Pero nuestros desacuerdos no son de poca monta. En primer lugar, yo no creo que los intelectuales críticos sean los responsables de nuestras dificultades para consolidar momentos fundacionales en Colombia. Para este punto remito a una columna pasada en donde debatimos este tema (http://bit.ly/13vpJkr). En síntesis, lo que me aparta de Posada Carbó es su visión simplista de lo que él llama los intelectuales “iconoclastas”, los cuales, según él, estaríamos en masa unidos en contra del Estado y de las instituciones. Yo no me siento bien ubicado en ese grupo; como tampoco me siento bien ubicado en el grupo opuesto, es decir, el de los aduladores incondicionales de la historia institucional del país (donde con frecuencia también me ubican).

No creo que Posada Carbó pertenezca a este último grupo (no voy a cometer el mismo error que él comete conmigo). Lo que sí creo es que su pensamiento parece ubicarse en una muy larga tradición intelectual latinoamericana que tiende a achacarles todos los males de nuestra democracia a la sociedad y al pueblo: gobernantes buenos e ilustrados verían así frustrado su trabajo por cosas como nuestra violencia endémica o nuestra cultura tropical y chabacana. Echarles la culpa a los intelectuales de izquierda es una variante de esa tradición. Aclaro que la tradición opuesta, que supone que el pueblo es siempre bueno, inocente, bien intencionado y generoso, y que todos los males y las frustraciones de este país vienen del Estado y de sus gobernantes, me parece igualmente falsa.

Así las cosas, nuestro desacuerdo parece menos ideológico que empírico. Yo creo compartir el aprecio que Posada Carbó tiene por las ideas liberales y por la institucionalidad democrática. La diferencia es fáctica: mientras Posada Carbó cree que Colombia es un modelo en la adopción de esas ideas, yo creo lo contrario. Para él, el vaso colombiano de democracia liberal está medio lleno, mientras que para mí está medio vacío.

De ese debate no saldremos nunca si lo seguimos planteando en esos términos tan generales. Quizás sea mejor discutir sobre la calidad de instituciones específicas, como el Congreso, la Presidencia o las alcaldías, en momentos precisos de nuestra historia; como el actual, por ejemplo. Tal vez así dejemos de echarnos cantaleta.

 

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