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¿Debate o debacle presidencial?

Juan Carlos Botero
25 de octubre de 2012 - 11:17 p. m.

Si alguien tenía dudas sobre por quién votar en las próximas elecciones de EE.UU., éstas se tuvieron que esfumar después del último debate presidencial.

Mientras Mitt Romney reveló sus flaquezas, Obama mostró sus dientes y, mejor aún, su peso de estadista, hábil en la ciencia y el manejo de las relaciones internacionales, y con una lista de resultados bajo el brazo.

Hay una clase de sabiduría que sólo se adquiere mediante la vivencia. Manejar la economía de un país y administrar una empresa son cosas muy distintas, pero tienen elementos en común, al punto que Romney puede decir, y lo dice con frecuencia, que su pasado de empresario lo valida para tomar las riendas económicas de la nación. Quizá sea falso, pero la lógica se entiende. En las relaciones internacionales, en cambio, la madurez para saber cómo actuar en un momento crítico sólo lo brinda la experiencia diplomática. Alguien puede ser un teórico de la materia, y no por ello saber cómo medir la mirada, la palabra, el gesto o el silencio de otro mandatario. Obama lleva cuatro años sumando experiencias, pero Romney desconoce el azaroso mundo de la diplomacia, y la prueba son sus garrafales metidas de pata.

Al viajar a Londres, Romney insulta a los británicos al decir que no están listos para hospedar los Juegos Olímpicos. Lo dice la víspera de que enciendan la antorcha, y el insultado es el principal aliado de EE.UU. Luego opina que la mayor amenaza a su país es Rusia, no el extremismo fundamentalista, como si fuera 1980. No desea ofender a China, agrega después, pero su primer acto como presidente, dice, será llamar a los chinos “manipuladores de su moneda”, como si eso no ofendiera. Y remata insultando a los palestinos en Jerusalén, diciendo que su cultura es inferior a otras. Todo eso en su primer giro mundial.

La posición de Romney es fácil de ridiculizar, y Obama no desperdició la ocasión en el debate. Es alarmante que un aspirante a ese cargo merezca el desdén. Pero es todavía más alarmante que la estrategia de Romney sea idéntica a la de Bush: infundir el miedo para empujar las masas a la derecha, insistiendo en el peligro que aún representa Al Qaeda. Y no es cierto.

Lo he dicho antes y lo repito ahora. Se estima que Al Qaeda pasó de tener 20 mil combatientes a menos de 400. La ofensiva en Afganistán, que derrocó al régimen que los apoyaba, permitió destruir sus bases. EE.UU ha acosado al grupo, dificultando su acción y cortando sus finanzas. Y mató a Bin Laden. ¿El resultado? Su objetivo de asestar golpes de impacto en territorio gringo se ha vuelto muy difícil. Sus ataques en Europa han radicalizado a la gente en su contra, y no hay que olvidar, como anotó Fareed Zakaria, que el verdadero peligro de Al Qaeda no eran sus asaltos terroristas, sino que propiciara la guerra santa con miles de millones de musulmanes, desatando olas de terror. Eso no ocurrió. Al Qaeda no representa el peligro de antes.

Sin duda, el cargo más influyente en el mundo, nos guste o no, es presidente de EE.UU. Ahora el país debe escoger entre un novato que, como Bush, ve el mundo en términos pueriles de buenos y malos, o alguien ya toreado en ese ruedo, dispuesto a tejer alianzas y capaz de manejar las relaciones diplomáticas con tacto y lucidez. Mientras el pueblo decide, el mundo retendrá el aliento.

 

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