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Debate sobre la paz: apocalípticos, integrados y escépticos

Columnista invitado EE
18 de junio de 2016 - 04:02 a. m.

Umberto Eco distinguió al analizar el debate sobre la cultura de masas dos grandes posturas cuasi irreconciliables, pesimistas extremos (apocalípticos) y optimistas radicales (integrados). Algo parecido observamos al seguir desde fuera, con conocimiento y proximidad, las negociaciones en La Habana y su reflejo en la vida colombiana, aunque añadiéndole una tercera categoría, la de escépticos, en diferentes grados. La polarización entre apocalípticos e integrados, presente en el mundo político y social y sobre todo en la opinión publicada, junto al escepticismo generalizado del “ya veremos”, lastra la visión a medio y largo plazo, privilegia las visiones cortoplacistas frente a la mirada estratégica, de largo plazo. Y, en suma, sustrae energías vitales para la preparación de la fase post-acuerdo. El debate caliente entre apocalípticos, integrados y escépticos privilegia lo que sucede al negociar, al hacer las paces, y menoscaba el interés y la discusión sobre los cambios de largo aliento, la construcción de la paz. Subraya los peligros y las eventuales renuncias y deja de lado las oportunidades y ganancias. Resta y no suma.

Adicionalmente, sorprende el contraste entre el interés, complicidad y optimismo sobre el proceso de negociación y la posterior implementación de los acuerdos entre actores y países extranjeros, que consideran – consideramos- la Colombia post-acuerdo como un escenario de grandes posibilidades y éxitos, y el fatalismo pesimista y/o escéptico de los colombianos, que suele imponer el a priori de “muy complejo, nunca lo hemos logrado, tampoco ahora pasará”. Por decirlo a la manera de Malcom Deas, pareciera que a base de sumar problema tras problema, la lista de agravios y obstáculos disuade a casi todos del intento de resolverlos uno a uno y agosta el empeño reformador.

Sin embargo, desde el conocimiento comparado de otros procesos, puede afirmarse lo siguiente. Primero, las negociaciones y el previsible resultado final entre transformación (a futuro) y transacción (toma y daca) permite augurar oportunidades para resolver un problema endémico, la reproducción intergeneracional de la violencia política. Segundo, sin negar los problemas y retos, las oportunidades, capacidades contrastadas y el contexto internacional y nacional permiten predecir éxitos si se focalizan las energías en el cambio. Y tercero, ello permitirá poner el acento en otro problema estructural del país, la desigualdad y la poca presencia del Estado en una parte importante del territorio.

Hacer las paces permitirá centrarse en lo importante y dejar de lado lo urgente, focalizar los debates, dirigirlos hacia la transformación y las oportunidades. Por decirlo con la sabiduría clásica, de todo en su justa medida, de nada en exceso. Si se le baja el tono y se pone el énfasis en la argumentación, el debate entre apocalípticos, integrados y escépticos puede ser la antesala del componente esencial de toda democracia fuerte, junto a las más conocidas dimensiones participativa y representativa, el deliberativo. En suma, deliberar, no vociferar.

*Rafael Grasa

Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador del Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP).

 

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