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Del discurso al diálogo

Mauricio García Villegas
19 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

El jueves pasado, en Oslo, se dio inicio a la negociación entre el Gobierno y las Farc. El primero en hablar fue el vocero del Gobierno, Humberto de la Calle.

Sus palabras fueron amables y ponderadas: reconoció los injusticias que agobian a la sociedad colombiana, agradeció a las Farc por haber cumplido con lo pactado hasta el momento y explicó los pasos de la negociación.

Acto seguido habló Iván Márquez, vocero de las Farc. A diferencia de su contraparte, Márquez la emprendió contra el Gobierno, la burguesía, el capitalismo, las multinacionales y los Estados Unidos, entre otros. No sólo eso, expuso una agenda ilimitada de negociación (como en el Caguán), descartó la intervención de la justicia transicional para los miembros de la guerrilla y se puso en la posición de sacerdote justiciero cuando dijo que “hoy venimos a desenmascarar a ese asesino metafísico que es el mercado”.

El discurso de Iván Márquez es, en principio, desalentador. Cuando dos enemigos aceptan hablar para superar sus diferencias, lo primero que tienen que hacer es manifestar su intención de lograr ese objetivo. Cuando, como ocurrió en este caso, una de las partes dice: está bien, yo dialogo, pero no se le olvide que usted es un criminal, un explotador, etc., etc., esa declaración es, por decir lo menos, una manera poco constructiva de empezar a negociar.

Además es contraproducente. Lo pongo en estos términos: si el señor A quiere dialogar con el señor B para llegar a un acuerdo y sabe que el señor B se encuentra rodeado de personas que lo presionan para que no negocie, lo peor que el señor A puede hacer es empezar el diálogo diciendo cosas que les dan argumentos a quienes presionan al señor B para que abandone el diálogo. Eso fue lo que hizo Márquez: darles argumentos a los enemigos de la paz, agazapados en la extrema derecha (“atacar a alguien por las ideas que no tiene, es dárselas”, decía Pierre Royer-Collard). Resultado: quienes intentan hacer hoy la paz desde el Gobierno tienen menos argumentos para disuadir a esos enemigos de la paz. Eso no es lo peor; si esto fracasa, es probable que el uribismo vuelva recargado.

A pesar de este comienzo desafortunado, conservo la esperanza de que, en La Habana, los diálogos tendrán un mejor rumbo. Pienso que el discurso de Márquez no refleja la actitud que las Farc adoptarán en la mesa de negociación. Supongo que ese tono bravucón se explica por su intención de aprovechar el escenario mediático de Oslo. (No hay que olvidar que los líderes de las Farc, después de tantos años de no tener un micrófono de amplia difusión en la mano, padecen de una especie de síndrome de abstinencia política).

Así pues, me parece que no hay razón para perder el optimismo (moderado e impaciente, es cierto) que teníamos hasta la semana pasada. Tengo la esperanza de que en La Habana, en la calma tropical del Caribe y sin la presión de las cámaras, cada una de las partes oirá con cuidado lo que la otra tiene que decir. Si ello se logra, es posible que cada una termine juzgando mejor a la otra: que el Gobierno entienda que el país rural (el de las Farc) es mucho más complejo de lo que parece y que no hay que reducir a la guerrilla a una banda de forajidos, como muchas veces se dice, y que las Farc, por su parte, entiendan que el Estado, el mercado, los Estados Unidos, el pueblo y la burguesía son mucho más complejos y ambivalentes de lo que ellos creen y que, por eso mismo, las Farc no son ese ejército del pueblo que ellos se imaginan.

Ya veremos lo que pasa cuando se acaben los discursos y empiecen a conversar.

 

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