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Derecho a morir

Diego Aristizábal
16 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

Es increíble que 15 años después de que la Corte Constitucional autorizó la eutanasia en Colombia a través de la sentencia C-239 de 1997, apenas ahora, nuevamente, se esté discutiendo en el Congreso su reglamentación.

Esta vez se intentará fijar los parámetros en los cuales se pueda practicar la eutanasia sin que exista el riesgo de que alguien que le ayude a morir a otro termine en la cárcel.

A la iniciativa, que en octubre fue aprobada por la Comisión Primera del Senado, le espera un duro camino porque así Colombia durante años haya sido un país que poco se conmueva por sus muertos, por aquellos que asesinan en las ciudades y los campos, es bastante moralista cuando intenta dignificar la muerte. Ahora que la discusión en el Congreso fue aplazada para el año entrante, vale la pena reflexionar más sobre este asunto y, por qué no, volver al libro “Del otro lado del jardín” (2009) de Carlos Framb.

Quienes no recuerden, esta historia ocurrió en octubre de 2007 cuando Luzmila Alzate acordó con su hijo, el poeta Carlos Framb, ponerle fin a su vida a los 82 años. ¿La razón? Después de mucho intentarlo le resultaba imposible soportar más las enfermedades que día a día deterioraban su vida. El hijo amado acompañó y preparó a su madre hasta la puerta de la muerte para que no sufriera más, para que al fin su cuerpo reposara después de mucho vivir. Como diría Marco Aurelio: “Una de las funciones más nobles de la razón es la de saber cuándo ha llegado el momento de abandonar este mundo”. La madre de Carlos lo supo y por eso él estuvo ahí para acompañarla, para asistirla a pesar de que esa noble decisión le deparara una serie de problemas que el lector descubrirá si lee este libro.

Carlos Framb hace además un breve y juicioso recorrido histórico sobre la muerte voluntaria. Recuerda, por ejemplo, cómo los indios aymara de Bolivia, cuando el moribundo está en la fase terminal de una enfermedad, solicita ayuda si la muerte tarda en llegar. Cuenta cómo los guerreros daneses consideraban ignominioso morir en su cama, de vejez o de enfermedad, y se suicidaban para escapar de esta vergüenza. Cómo en la India antigua los enfermos incurables eran conducidos por sus allegados al río Ganges, donde se les ahogaba mediante la introducción de barro en la nariz y en la boca.

Cosas como éstas, más el drama personal que Framb tuvo que vivir, nos demuestran que el derecho a la vida no puede reducirse a la mera subsistencia, sino que implica el vivir adecuadamente en condiciones dignas. Tal vez por eso los griegos inventaron el concepto de “eutanasia”, que significa “buena muerte”; la cual, ojalá el próximo año, después de vencer los eternos enemigos de siempre, camine de la mano con la autonomía.

Cuando se discuten proyectos polémicos en una sociedad tan conservadora como la nuestra, es bueno recordar que de ser reglamentada la eutanasia no se vuelve obligatoria, como muchas veces se cree, simplemente es una opción que tendríamos los colombianos. La muerte no tiene ningún misterio, el misterio lo ponen aquellos vivos que no saben en realidad qué es vivir con decoro.

desdeelcuarto@gmail.com / @d_aristizabal

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