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Día de reflexión

Hoy se celebra en todo el mundo, como es costumbre año tras año, el Día Internacional del Trabajo. Una fecha que rememora la ejecución a la que fueron sometidos hace un siglo unos sindicalistas. La razón fue sencilla aunque diciente: pedían un régimen más justo, ocho horas de labores, las mismas que hoy se exigen por ley en varias partes del mundo. Hay que recordar esto para que el día tenga el sentido que merece, para que no se ahogue en el marasmo de las festividades. Y quienes más deben pensar en eso son, por supuesto, los gobiernos del mundo. El de Colombia, en nuestro contexto particular.

El Espectador
30 de abril de 2013 - 09:03 p. m.

Aunque el sentido del evento como tal ha sido olvidado por el grueso de la población, el Día del Trabajo sigue teniendo un significado para algunos sectores: sindicalistas, por supuesto, pero también académicos, de prensa. Para otros es simplemente un día de descanso. Para muchos, es un día en el que, de nuevo, no hay que ir a trabajar. Porque no tienen empleo digno, ocupación, subempleo, o como quiera llamársele. La fila es larga..

Creemos, sin embargo, que en lo que se tiene que pensar un día como hoy es en cómo hacer del trabajo una política pública efectiva, cómo el centro debe ser eliminar las brechas y generar empleos dignos y decentes para la mayoría de la población. Eso en Colombia aún es un sueño a pesar del entusiasmo del Gobierno, comenzando por el presidente Santos, quien celebra los avances porcentuales en el desempleo: cayó 0,2% con respecto al mes de marzo del año pasado. Pasamos de tener 10,4% a 10,2%. El presidente insiste por Twitter que: “Seguimos creando empleos. Esto es construir un país más justo y moderno”.

Pero pensemos: más allá de las situaciones particulares que este par de cifras cambiaron en la vida de un puñado de colombianos (que enhorabuena) seguimos con una tasa de desempleo que sigue siendo muy alta. Escandalosa. Debería estar ya y mes a mes por debajo de los dos dígitos. Pero nada. Más allá de la ‘estacionalidad’, el fenómeno de auge comercial que genera un incremento súbito de empleos (primordialmente en diciembre) no hay muchas razones para celebrar.

Y no las hay porque el empleo en Colombia siempre se ha visto como un privilegio. Al menos el digno, el decente, el que está contemplado en la ley laboral a favor de los derechos de los empleados y sus prestaciones. La tasa global de ocupación, de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, es del 56,3%. Bajo ese plumazo numérico se encuentra de todo: desde el vendedor de dulces hasta el comerciante de tienda, cualquiera que responda a la encuesta con “sí, yo tengo algo que hacer”. Bajo este rótulo está la realidad, actividades que no reportan un salario por encima del mínimo, extensas jornadas laborales y nulos aportes para el régimen de seguridad social y de salud. Más de la mitad de los colombianos que tienen alguna ocupación no tienen una remuneración digna y son expuestos a excesivas horas de trabajo. De ahí el círculo vicioso que implica el subempleo. Las sinsalidas a las que la gente se ve expuestas.

El crecimiento económico que el país ha tenido no ha generado el tan mentado “efecto goteo” que muchos expertos dicen que se genera en una economía boyante. O por lo menos mucho es lo que se ha quedado retenido arriba y el goteo ha sido mucho menor de lo que ha debido ser. De ahí la necesidad de enfocar el trabajo dentro de una política mucho más ambiciosa, como por ejemplo llegar a la protección social universal, entre muchas otras variables.

 

Por El Espectador

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