La dictadura de las redes

Luis Carlos Vélez
07 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

Las redes sociales esconden el secreto de volvernos adictos a ellas. Nos vuelven esclavos de nuestros propios prejuicios y convierten todo lo que nos rodea en una selección binaria de lo que nos gusta y lo que no, siendo lo segundo algo que termina inmediatamente en un basurero virtual del olvido y el repudio.

Las redes nos hacen prisioneros de nuestra ignorancia y cada vez menos dispuestos a lo desconocido. Hacen las veces de espejos paralelos que se miran el uno al otro y que con su reflejo crean la falsa impresión de que la repetición es una expresión de lo infinito, cuando la realidad es que se trata de más de lo mismo. Facebook usa algoritmos e inteligencia artificial para aprender de nuestros gustos y mostrarnos cosas que nos agradan.

Instagram tiene una sección donde se puede descubrir contenido afín a nuestras preferencias que anticipa lo que deseamos seguir. Y Twitter es excluyente por naturaleza, ya que al decidir qué y a quiénes seguimos define de entrada lo que nos va a llegar y lo que vamos a dejar de conocer. Es un vómito de imágenes y palabras sin filtro que empalaga y poco alimenta. Usar sin precaución las redes y ahora el Whatsapp nos hace vulnerables a quedar expuestos a una avalancha de información y opiniones que reafirman nuestras creencias y peligrosamente nos aísla de otras perspectivas necesarias para formar criterio.

Paradójicamente, siempre creímos que el acceso a la información nos haría libres, pero desafortunadamente nos estamos dando cuenta de que el escenario al que nos enfrentamos es más parecido al de la dictadura de nuestros propios sesgos. Los políticos en el mundo ya se han dado cuenta de esto y le están sacando provecho. Han ajustado su mensaje efectivamente a los 140 caracteres de Twitter, a los memes de Instagram, a las cadenas de Whatsapp y a los links a portales de noticias falsas que se comparten en Facebook, diseminando miedo, odio, mentiras e intolerancia para sostener sus agendas que nunca son las nuestras.

El Brexit, el resultado del plebiscito en Colombia, tal y cómo lo reveló Juan Carlos Vélez, y el ascenso de Trump en EE.UU. han demostrado que es más efectivo un trino radicalizador que una conversación o una reflexión. Vale más una mentira electrónica que una verdad en el mundo real. Todo lo anterior también ha vuelto al periodista, tal y como lo expresaba la semana pasada en una muy acertada columna Pascual Gaviria, en un receptor constante de insultos y amenazas.

Sin embargo, este nuevo escenario deber ser un recordatorio de que el periodismo es un ejercicio solitario de pocos amigos. Los que tachan de parcializado al periodista que descubre algo incómodo que no se ajusta a los perjuicios o puntos de vista del receptor olvidan que no se puede ser imparcial ante las mentiras, los abusos y los corruptos, y así éstos hayan secuestrado la internet que nos iba a hacer libres, queda la certeza de que tarde o temprano la verdad siempre florece, así sea en un vertedero como el que por ahora es el escenario de lo electrónico.

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