Difícil, difícil

Juan David Correa Ulloa
25 de febrero de 2013 - 10:46 a. m.

Escribir un libro en medio del duelo puede ser una tarea no sólo ardua sino que puede resultar estéril pues las palabras, y el lenguaje mismo, como lo indica el título de este libro --Lo que no tiene nombre--, no siempre alcanzan ni son suficientes para dar cuenta de la ausencia. En eso pensaba cuando leí el más reciente texto de Piedad Bonnett sobre la figura de su hijo Daniel, quien se suicidó el 14 de mayo de 2010, en Nueva York, lanzándose al vacío desde el quinto piso de un edificio del Upper East Side.

El libro esta dividido en cortos capítulos a su vez insertos en tres secciones que componen un viaje profundo y sentido en el cual se reconoce no sólo la fragilidad de la madre que ha perdido a un hijo, sino la aspereza de la enfermedad mental. Leyéndolo entendí de cuánto sirve la literatura para abrir diálogos que se suponen vedados cuando se sufre de asuntos humanos y trascedentes como la muerte. Piedad ha elaborado un relato consciente de que su historia no importa sólo por lo particular sino por lo que pueda decirnos a los demás. En su minucioso recorrido que parte desde el infausto día de la muerte de Daniel, su diario de escritura resulta una experiencia conmovedora de lecturas que posibilitan preguntas que quizá no tengan respuesta, pero que se articulan las unas con las otras, mostrándonos como la desaparición de alguien nos permite entrar en contacto con la sutileza de la vida. Y digo sutileza porque este libro esta lleno de detalles e historias cortas que articuladas muestran un probable cuadro del padecimiento pero también de la profunda sensibilidad y vitalidad de Daniel.

Daniel, un muchacho de veintiséis años, que aspiraba a concretar su ser en la pintura, y que dejó un legado nada despreciable, comenzó a padecer de un trastorno psicótico a los 20 años, después de un tratamiento para el acné. Aunque esa es sólo una probable causa, el recuento de sus crisis, los interrogantes que abre cualquier tipo de enfermedad, la construcción familiar de una posibilidad ante el sufriente, resultan no sólo profundas sino que nos hablan de la intimidad y la fuerza del amor, aunque este nunca alcance para detener el destino de un hombre.

Escrito con una elegancia abrumadora, las frases de Piedad se enlazan las unas a las otras haciendo que aquello que parece escueto resulte siendo tremendamente poético. Creo que se ha escrito uno de esos libros honestos, duros, capaces de hacernos sentir que la vanidad y la tontería del mundillo literario no alcanzan para nada cuando no se escribe desde las vísceras. Al acompañar a esta madre dolorida en busca de su hijo, uno no tiene más que agradecer que la literatura no es la vitrina fatua que ha querido imponerse en estos tiempos, sino el ejercicio brutal de examinarse, cueste lo que cueste.

Lo que no tiene nombre, Piedad Bonnett, Alfaguara.
ojoalahoj@yahoo.com

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