¿Dios habla hoy?

Catalina Ruiz-Navarro
12 de diciembre de 2012 - 06:00 p. m.

“El aborto es un homicidio", dijo hace un mes Alfonso Llano en su columna y planteó una discusión teológica eludiendo una vez más el problema de salud pública que presenta la prohibición absoluta del derecho a las IVE.

En “Fundamentalismo de izquierda”, pintó a los católicos como una mayoría discriminada, al estilo de la Pobre Viejecita, y puso como ejemplo de víctima al procurador. Rara vez estuve de acuerdo con lo que decía el padre Llano en sus columnas, pero siempre me gustó leerlo; a pesar de esa distancia, sus columnas eran juiciosas y provocativas, presentaba ideas que retaban a conversar. La Iglesia pierde mucho al silenciar esa voz, que aunque conservadora, entablaba un puente con el extremo liberal.

Por ejemplo, el 21 de octubre, en su columna sobre la eutanasia, dijo que la vida no es un valor absoluto, un punto de apoyo desde el cual se puede tener una discusión sobre el aborto. Planteó también preguntas muy fuertes: “¿vale decir, nadie está por encima de la persona en lo referente al derecho sobre su vida, ni la Ley ni el Estado, solo la persona? ¿O tiene sus límites y, en este caso, cuáles y quién los señala?”. Y concluyó diciendo: “A su vez, reconozco que el no creyente, llámese ateo o agnóstico, debe ser respetado en sus creencias y no puede ser obligado por la Ley a obrar de acuerdo con la fe en Dios del creyente”.

Sin embargo, parece que Llano “se pasó de liberal” en su columna del 24 de noviembre, “La infancia de Jesús”, donde hace una reflexión sobre el último libro del Papa y comenta el problema teológico de la virginidad de María. Explica que hay una virginidad teológica de María y que “como madre del hombre Jesús, igual a nosotros, lo engendra con un acto de amor con su legítimo esposo, José, del cual tuvo cuatro hijos varones y varias mujeres”. Esta idea es perfectamente razonable y hace parte de una discusión teológica que es interesante y pertinente para los fieles, entre otras cosas, porque la virginidad de María es un estándar inalcanzable e innecesario que ha hecho daño a muchas mujeres y a otras nos ha llevado a alejarnos de la fe. La apertura al clero le pareció un escándalo y Llano tuvo que dejar su columna; piernas cerradas para María y boca cerrada para él.

No es el padre Llano el que pierde su norte, como lo dijo José Daniel Falla, secretario general de la Conferencia Episcopal; es la Iglesia, que pierde su tiempo peleando por precisiones históricas sobre narrativas más cercanas a la literatura, en vez de predicar fe, esperanza y caridad. Es irrelevante discutir si la vaca y el burro son verosímiles en la escena de un pesebre en la que una adolescente virgen está pariendo un dios. Una Iglesia vigente y atenta a los conflictos sociales de su tiempo daría más visibilidad a posturas como la del obispo estadounidense Gene Robinson, abiertamente gay, que comenta que Jesús, un hombre joven sin esposa conocida que recorría el medio oriente acompañado de 12 hombres, no tendría por qué objetar el estilo de vida homosexual.

Qué triste que, por defender un mito anacrónico, la Iglesia calle a los padres que pueden dar una discusión pertinente en el mundo de hoy. El padre Llano era una voz provocadora que enganchaba a sus lectores en la reflexión sobre el cristianismo, el tipo de hombre que necesita urgentemente la Iglesia para mantenerse vigente. Cuando la Iglesia impone arbitrariamente mitos inverosímiles y exigencias imposibles, abandona a los fieles y los espanta. Esas exigencias imposibles y las posturas dogmáticas e incontrovertibles crean cristianos mediocres y personas de doble moral. Ser una Iglesia contemporánea y presente implica conversar. Para revitalizar los valores cristianos hay que escuchar y observar, no basta con que el Papa abra Twitter para estar presente en la modernidad.

 

 

 

 

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