Distorsiones

Diana Castro Benetti
22 de julio de 2017 - 03:00 a. m.

Vemos mal. Alguien habla y nace un chisme. Decimos lo que nunca quisimos decir y acabamos viviendo entre los grises de la media mañana. Es la inevitabilidad de los sentidos, su belleza y su trampa, porque percibir el mundo es el juego de una inconsciencia diaria a la que nos entregamos con delicia y ansiedad, como si al dudar invocáramos el peligro.

Estamos hechos de los fragmentos que sonido, luz, formas y células nos dejan comprender y, crédulos hasta los tuétanos, aceptamos las distorsiones de guiños que parecen obvios o de una sociedad embustera que parece cierta. Empapamos los días con suposiciones, emociones inútiles e ideas deformes. Realidad y ficción se mezclan para desfigurar los pasados y el anhelo de cualquier salida de emergencia. La percepción es tan real como lo es la confusión de mirarse en el espejo y no reconocerse.

Y es que percibir es un arte, el arte mayor, el arte de construir la realidad, el arte de una vida que, por propia, merece ser bien vivida. Por esto, a los sentidos hay que afinarlos, tenerlos en cuenta, atenderlos y entrenarlos. Tocar, oler, gustar, escuchar y ver son la manera en que la vida invita al imparable aprendizaje cotidiano. Somos los abrazos, el dulce del coco y el vano recuerdo de la letanía familiar. También somos eso que no hemos querido ver: un amor necio, un error repetido, la sombra que nos persigue. Vemos lo inútil, el delirio, las mutilaciones. Y demasiado atrapados por los hábitos, nuestros sentidos son como unos verdugos silenciosos que invaden cuerpo y mente con alucinaciones y espejismos. Somos miopes. Vemos para no ver. Vemos la maldad y las historias de los buenos; caminamos presos de letargos colectivos que cercenan toda utopía como cautivos de la verdad, la fe, la vanidad y la ambición. Sentidos y reacciones que definen el lugar que ocupamos en la sociedad que escoge su sino.

El ver es una acción consciente, el escuchar una acción creativa, el tacto un aliado que desata la alegría. Percibir desde los sentidos y sentir desde los pensamientos es construir la mezcla variable de la vida que decidimos y abrir esa incomprensible miscelánea que inventa el propio sonido del existir. Y, a veces, en la intensidad de los días, como desde el soñado mundo de la magia, hay que intentar detenerse un segundo dejando que transite el tiempo, en quietud, observando al que observa, para hacerle un sutil llamado a la verdadera autonomía y a la única posible libertad.

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