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Dolly habla

Ana Cristina Restrepo Jiménez
24 de mayo de 2013 - 10:48 p. m.

Recientemente conocimos las noticia sobre un equipo científico de la Universidad de Oregón (EE.UU.) que logró clonar células madre: una luz verde para la medicina regenerativa, y, también, para la posible clonación de seres humanos.

Revivimos el asombro —y el temor— que nos causó en su momento la simbólica oveja Dolly, primer mamífero clonado a partir de una célula adulta.

Como era de esperarse, ha habido diversas reacciones encontradas.

Por ejemplo, el genetista Emilio Yunis, uno de los más importantes científicos de Colombia, dijo: “Eso sería un riesgo para la evolución, porque la biología aseguraría la mismidad de las personas”.

El asunto genera una serie de cuestionamientos éticos y científicos. Por ahora, me preocupa más otro tipo de clonación, ya existente, cuya capacidad de multiplicación —casi instantánea— es prácticamente incontenible: la del pensamiento.

Y no me refiero al plagio en cuanto tal, a la copia descarada y flagrante, sino a la repetición de ideas, la incapacidad de producir pensamiento propio, manifiesta en las conversaciones informales o en los trabajos académicos y periodísticos.

Una serie de procesos sociales, culturales y económicos, como la mundialización y la globalización, representan para el hombre hibridación y aprendizaje, pero a la vez comportan una trampa: homogenizan.

No pretendo etiquetar dichos fenómenos como apocalípticos; me interesa cuestionar la manera en que son reproducidos por los medios, y la incapacidad de los individuos de controlar ese poder hipnótico sobre su forma de pensar.

(Es inquietante cómo el mismo uso del lenguaje evidencia y avala la búsqueda de homogenización. Por ejemplo, cuando el presidente Juan Manuel Santos invita a la “Unidad nacional”: ¿luego la riqueza de un país no se encuentra en su diversidad?).

¿Seremos capaces de vigilar nuestra sobreexposición a tanta información (radio, cine, televisión, prensa, internet, vallas callejeras, publicidad ambulante…)?

Paul Miller, diseñador web y redactor de tecnología, se quedó un año entero sin internet para huir del riesgo de permanecer conectado. Culpar a la red de todos los males es tan injusto como ingenuo: la solución no está en retiros monacales de castidad informativa.

El peligro de las ideas clonadas, repetidas sin cesar, es exactamente el mismo que enuncia el doctor Yunis con la clonación humana: interfiere con la evolución (del pensamiento).

La clonación de ideas apoltrona al cerebro en un lugar cómodo: no analiza, no critica (repite quejas, que es algo muy distinto) ni produce, y deja de cumplir con su función básica que es pensar.

La lapidaria frase según la cual “todo está inventado”, ahoga cada día la posibilidad de mundos nuevos, nunca imaginados.

Más que las Dolly que balan, me inquietan las personas que hablan y escriben, no por su información genética idéntica a la de otras, sino por el estancamiento de sus (de las) ideas.

Cuántas obras literarias originales se están dejando de escribir, de cuáles formas arquitectónicas nos estamos perdiendo, cómo descubrir nuevas vacunas bajo el efecto espejo producido por la sobreexposición a tanto ruido...

Ctrl+C y Ctrl+V: ¡es la cuestión!

 

* Ana Cristina Restrepo Jiménez

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