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Dos años de infamia

Marcos Peckel
19 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.

Ya no alcanzan las palabras para describir lo que ocurre en Siria.

Las apocalípticas imágenes de ciudades destruidas, civiles asesinados, niños aterrorizados y refugiados sin hogar, rumbo, ni futuro, son tan estremecedoras como la inacción de una comunidad internacional que hace demasiados cálculos políticos sobre los humeantes cadáveres de una nación.

No importa si los muertos son cincuenta mil o cien mil, si los refugiados son un millón o dos, si en un bombardeo mueren veinte, cincuenta o cien, si un barrio es aniquilado con la aviación o con misiles. Ya nada importa. Cuando el genocida Al Asad decida como último recurso usar sus armas químicas contra su propio pueblo, seguramente tampoco va a importar.
Pobre Siria y pobre la humanidad. Permitir que por dos largos años se lleve a cabo, frente a los ojos del mundo, un genocidio de tal magnitud, dejando al país en ruinas, con su fibra social aniquilada, es un lastre que la humanidad tendrá que sobrellevar para siempre. Como otros tantos.

Permanecer impávido el mundo mientras el señor Al Asad, los ayatolás iraníes y los mercenarios de Hizbolá al servicio de Teherán desatan su sevicia sobre un pueblo que lo que buscaba era democracia y libertad, es una lamentable demostración del gran fracaso del sistema internacional y sus burocratizadas e hipócritas instituciones.

Las protestas de la población quedaron sepultadas en medio de un conflicto a varias bandas con un fuerte componente de intervención extranjera y la punta de lanza del épico conflicto entre suníes y chiitas que azota a la región toda y canibaliza los estados nación creados en la repartija colonial que siguió a la Primera Guerra Mundial. Con su estrategia de reprimir militarmente las protestas iniciales y utilizar todos los medios a su alcance para aterrorizar a la población, Al Asad ha demostrado una vez más que si uno es un déspota hay que serlo siempre, inquebrantable, sin escrúpulos. “Pestañear” se paga con la pérdida del poder.

Con el paraguas diplomático ruso y el apoyo militar de Irán, Al Asad ha logrado en estos dos años convertir el conflicto en una confrontación geopolítica donde prevalecen los intereses sobre las ansias de libertad.

Al Asad, que ya controla menos de la mitad del país, tiene que caer algún día. No se sabe cuándo, ni cómo, ni qué surgirá de las cenizas de esa otrora orgullosa nación, hoy desintegrada y humillada. La oposición está compuesta por diversos grupos con agenda propia, cuyo único punto en común es derrocar al régimen. Dos años de barbarie oficial han generado acciones oprobiosas también por parte de elementos de la oposición contra aquellos grupos a los que acusan de apoyar a Al Asad. La guerra sectaria que arrecia en Siria se ha expandido a los países vecinos.

La crisis humanitaria siria es de proporciones bíblicas y el panorama sombrío. Dos años de infamia y sin final a la vista.

 

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