Dos caminos

Arlene B. Tickner
26 de julio de 2017 - 03:00 a. m.

Luego de la consulta popular convocada por la Asamblea Nacional de Venezuela —un ejercicio histórico de democracia directa tomado del mismo libreto del chavismo—, en la que más de 7,5 millones manifestaron su oposición a la Constituyente de Nicolás Maduro y exigieron una salida democrática a la actual crisis, tan solo quedan dos caminos: o se realizan elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente o se negocia una transición política con miras a restituir el Estado de derecho.

El primero, que aún pinta probable, llevará a la disolución segura del legislativo, la profundización del estalinismo inspirado en el modelo cubano de democracia popular, el aumento en la represión oficial, la intensificación de la violencia, la agravación de la crisis humanitaria y el aislamiento internacional. El segundo, aunque de sentido común para frenar la tragedia que se vive en el país vecino, enfrenta múltiples desafíos. Con una oposición envalentonada a raíz de la consulta, un gobierno dispuesto a todo ante la imposibilidad de preservar el poder por vía electoral y una lectura compartida de la coyuntura actual como “final” y “definitiva”, volver al diálogo es difícil, pese a los buenos oficios del expresidente español Rodríguez Zapatero (y tal vez de Juan Manuel Santos) y pequeños indicios en sentido contrario, como el traslado de Leopoldo López a cárcel domiciliaria.

La mecánica de la transición tampoco se visualiza con facilidad. La propuesta de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para crear un gobierno de unidad y reconstrucción constituye un pequeño paso en esa dirección. Además de comprometerse con el eje de justicia social de la Revolución Bolivariana y la colaboración sin distingo político, refleja el consenso mínimo de una oposición que hasta ahora ha estado dividida.

Adicional a ello, los impedimentos para la estabilidad institucional y la reconciliación nacional son grandes. El asilo político de Maduro y sus familiares y asesores más cercanos en el extranjero es un trámite comparativamente sencillo, mientras que el retorno de los militares de rango medio y bajo a los cuarteles sería cuestión de negociación y planeación. No así en el caso de los de rango alto que se han empotrado en el Estado y enriquecido del control de la industria petrolera y minera, ni los 4.000 generales que devengan salarios vulgares. ¿Qué hacer con otros tantos involucrados en el narcotráfico y contra los que el gobierno estadounidense ha congelado divisas, negado visas y quienes podría pedir en extradición? ¿Y cómo desmontar a los ejércitos “informales” del chavismo?

Consideración aparte merece Cuba, aunque las altas deudas e inversiones con Rusia y China hacen que éstos también prefieran el statu quo. A cambio del envío de crudo —que ha continuado pese a la reducida producción de Pdvsa—, la isla ha brindado médicos y enfermeros, entrenadores deportivos, técnicos agrícolas y reingeniería política-militar, la cual ha resultado, entre otros, en la modernización de la inteligencia y el registro público con miras a ejercer mayor vigilancia y control, así como una injerencia extraordinaria en la política gubernamental. En resumen, si la permanencia chavista en el poder se debe en algo al apoyo cubano, la transición pacífica depende parcialmente de que no la estorbe.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar