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Dos Caras, Una Red

Alberto Carrasquilla
18 de abril de 2014 - 12:31 a. m.

No he logrado aceptar que las redes sociales sean tan importantes como dicen algunos comentaristas.

Sin duda, para poner un ejemplo reiterado, no cabe duda que a la tiranía de Mubarak en Egipto la tumbó una movilización popular sin precedentes, ni tampoco cabe duda que muchas de las demostraciones fueron convocadas por Facebook y narradas por Twitter. Mas en general, es cierta la idea de que, una vez encendidos los ánimos sociales por esta o por aquella razón, las redes son un vehículo formidable para que dichos ánimos se expresen, se transporten y se junten. La pregunta de fondo es si las redes son capaces de afectar el estado de ánimo social, ser parte del debate democrático, o si se limitan a ser uno de los vehículos, sin duda el más formidable, que lo transporta. 

Comienzo por lo mas obvio. Las redes sociales generan utilidades porque captan y permiten comercializar, después, información. Esta información tiene valor por dos razones. Primero, porque permite construir mapas crecientemente detallados de lo que es, en el minuto a minuto del tiempo real, esa maraña espesa, casi infinita, en la que interactúan preferencias, caprichos, presupuestos, antipatías y resabios de cientos de millones de personas. Eso, en otras palabras, que llamamos “el mercado”. Segundo, porque existe, al mismo tiempo, un desarrollo paralelo de la tecnología necesaria para entender y utilizar productivamente esa masa geométricamente creciente de información.

En términos simples, si lo que uno escribe o usa en Facebook no se pudiera registrar en una base de datos o si no existiera la capacidad técnica para combinarlo inteligentemente con lo que escriben y utilizan los otros cientos de millones de usuarios, sencillamente no habría Facebook porque no habría manera de sostener su funcionamiento, remunerar a sus creadores, ni mucho menos costear sus innovaciones.

Lo cual me devuelve a Egipto y a los momentos de incandescencia social en general. Primero, creo que la existencia de las redes en su encarnación de vehículo es una externalidad derivada de  su encarnación como tecnología para recoger y empaquetar información y no al contrario. Segundo, creo que hay una interesante asimetría entre las dos caras de las redes sociales. En su versión vehículo su valor emana de la unidad de criterio y el propósito común. En su versión tecnología de registro, de la diferencia, el disenso y la especificidad.

Si todos opináramos y actuáramos igual, nuestras actividades en las redes sociales tendrían un valor muy bajo y ellas, en consecuencia, estarían estancadas. Capturar nuestro comportamiento en bases de datos masivas tiene mas valor entre mayores sean nuestras idiosincracias y mas sorprendentes nuestras decisiones. El dinamismo de esta tecnología en su conjunto es una función de la diversidad imperante y de los desafíos que implica comprenderla y utilizarla comercialmente.

Los policromáticos ciudadanos de las redes tienden a fluir hacia su querencia, para usar el término taurino, o su zona de confort. Y aquí es donde empiezan las dudas con las que empecé esta columna. Yo veo las redes sociales como una especie de gigantesco centro de acopio, un lote inmenso que provee la logística indispensable para que las mercancías del caso lleguen a su destino con prontitud y eficiencia. Ese lote virtual está, a su vez, habitado por diversas tribus, que ocasionalmente interactúan entre ellas pero que comparten en su interior preferencias y formas de decidir cuantificables y, de muchas maneras, predecibles e influenciables.

La paradoja es que, al tiempo que habitamos un universo virtual ilimitado, para efectos prácticos, escogemos una tribu afín y nos aferramos a sus ritmos, valores y especificidades. El exceso de información tiende a abrirnos la mente por las razones usuales, desde luego, pero también nos refuerza aquello que el Profesor Dan Kahan ha llamado la cognición social, la manera como tendemos a adaptar nuestras convicciones en temas controversiales a los valores de nuestra tribu. ¿Será que las redes sociales nos facilitan o nos hacen más difícil procesar objetivamente los hechos más controversiales?. Yo creo que, al reforzar mil veces por minuto nuestra identidad como ciudadanos de una tribu, nos dificulta el procesamiento individual y nos hace menos objetivos. Volviendo al principio, mi tesis es que las redes sociales, casi por construcción, son incapaces de modificar el estado de ánimo social o de enriquecer el debate democrático.

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