Dos ideas a las que les llegó la hora (I)

Mauricio Botero Caicedo
29 de abril de 2017 - 04:37 a. m.

En la actualidad se están estudiando, por parte de economistas, académicos y políticos, dos ideas que, si bien no son nuevas, les ha llegado la hora. La primera es desaparecer o rebajar de manera dramática el impuesto de renta. El presidente de EE. UU., Donald Trump, presentó al Congreso una reforma audaz que tiene como base la reducción del 35 % al 15 % del impuesto a las empresas y que viene acompañada de propuestas como la desaparición del impuesto de sucesiones y de casi todas las deducciones del impuesto sobre la renta, salvo las hipotecas y las donaciones a ONG. La idea de Trump es que el impulso económico que dará la reducción de impuestos compensará la caída en la recaudación. “Se podría tener hasta una diferencia de dos billones de dólares en la recaudación en función del crecimiento económico... pero se pagará a sí mismo por dicho crecimiento”, aseguró el secretario del Tesoro.

El editorialista del New York Times, Thomas Friedman, en su último libro (Thank You for Being Late, Farrar, Strauss & Giroux, 2016) expone una propuesta aún más radical: eliminar del todo el impuesto sobre la renta. En Colombia, país asfixiado por la informalidad, una propuesta de reducir el impuesto de renta al 10 % —eliminando absolutamente todas las excepciones y muy especialmente aquellas de las instituciones “sin ánimo de lucro”— podría romperle el espinazo a la informalidad y probablemente balancear las maltrechas finanzas públicas. En un país en el que el 50 % de la economía es informal, y en el que por lo menos la mitad de los contribuyentes —legalmente, sobra aclarar— pagan poco o casi nada, bajar los impuestos dramáticamente, aumentando de manera simultánea el universo de contribuyentes, podría al final del día aumentar el recaudo.

A los políticos de izquierda poco o nada les llama la atención desaparecer o reducir al mínimo el impuesto de renta, porque creen que la principal función del Estado es redistribuir los ingresos de los que trabajan, poniendo énfasis, como señala Carlos Alberto Montaner, “en asignar distintas formas de dádivas o subsidios a las clases populares, masa cuyas simpatías políticas intentan concitar por este medio para convertirlas en la principal fuente de soporte y, en algunos casos, como sucedía en la Argentina de los Kirchner, por ejemplo, en tropa de choque para defender con violencia las posiciones del gobierno”. Además de repetir hasta el cansancio la cantaleta de que son los ricos los únicos que deben pagar impuestos, suponen que les corresponde a los funcionarios y no al mercado decidir los precios y salarios, determinar qué y cuánto debe producirse, y quiénes y cuándo deben recibir esos bienes y servicios.

Apostilla 1: el que haya candidatos a la Presidencia en el Congreso es una práctica nefasta. Buena parte de ellos —en aras de ejercer “control político”— aprovechan los “pantallazos” en los medios como trampolines para sus candidaturas. Que hagan campaña y se bañen en los medios, pero que lo hagan con sus propios recursos y su tiempo libre.

Apostilla 2: Genial la caricatura de El Espectador (abril 27/07) en la que aparece el senador Robledo diciéndole al senador Duque: “Reciba este cordial ataque, desde la corrupción del Polo que arruinó a Bogotá”.

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