Dos muertos

Juan David Ochoa
20 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

El año que termina deja dos muertos míticos para la historia.

Como en el rito de una mística dicotomía se fundieron los dos, representando los máximos niveles del antagonismo ideológico en un mundo que permanece por naturaleza  en la discordia; la discordia antigua y vital de las visiones del poder, la discordia de la concepción del mando y la influencia sobre sus imperios. Los muertos en cuestión siguen hablando con sus nombres aún y seguirán hablando en los efluvios  de la historia dividida: Margaret Tactcher y Nelson Mandela. La sola unión de sus vocablos sobrepasa sus propias fechas natalicias y mortuorias y engloban todo el caos de una época que hirvió y se serenó bajo sus directrices.

Thatcher y su concepción siniestra del control y su homicida pragmatismo económico que hizo real la tesis del neoliberalismo desde Londres a Santiago entre sus pactos con los dictadores del momento. La que aumentó las tasas de interés bajo la sombra del monstruo Friedman y limitó el dinero en las gestiones públicas y redujo los gastos para la educación y la vivienda, la que elevó el desempleo a tres millones y se hizo reelegir sobre el agobio y los mendigos. La que influyó en las masacres laborales de Colombia en la apertura a su modelo por la gracia de Cesar Gaviria. La dama de hierro y la brutalidad con la que fulminaba las protestas y las manifestaciones públicas con tanques y tiros y palizas, la que expandió el abismo ya profundo entre los miserables y los Lords y lo expandió sobre Occidente sin que el ritmo del ensanchamiento parezca  detenerse. Esa matriarca del hundimiento murió en el mismo año de su antítesis; el altruista que tuvo como nadie las justificaciones enteras para el desahogo y la venganza junto a su raza humillada y escupida por la omnipotencia del racismo, y que después de 27 años de presidio decidió subvertir todo el veneno en democracia y convocó a sus enemigos, incluido al mismo De klerk, a conformar la cúpula del nuevo gobierno en el que nunca quiso perpetuarse, aunque los votos de Sudáfrica entera lo quisieran elegir hasta la muerte.  El mismo que heredó en el siglo el pragmatismo de la tolerancia que parecía imposible y nebulosa por las hegemonías del fascismo.

Margaret Thatcher y Mandela fueron la misma puja simbólica que los Griegos solían describir entre Dionisio y apolo, el equilibrio y el instinto enfrentados sobre el destino del mundo. El año que termina los ahogó bajo la tierra. Las dos leyendas quedarán petrificadas en los mausoleos construidos en nombre de su voluntad. La muerte  les ha entregado el aura de las grandes hazañas sin que la parcialización del bien y del mal de los mortales los reduzca al olvido, y esa estridencia de las ideas enfrentadas seguirá aturdiendo entre los bloques eternos de la sensatez y de la infamia.

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