Dosis mínima de justicia

Carlos Fernando Galán
13 de abril de 2013 - 08:00 p. m.

Los colombiano tenemos un baúl lleno de fantasmas que se abre cada vez que la discusión política se calienta, como ocurrió en la reciente pelea de Uribe y Pastrana con Santos.

Y todos ellos tienen un denominador común: se trata de heridas que el país no supo o no pudo sanar y que nos quedaron doliendo, con responsabilidades políticas, o incluso a veces penales, que quedaron por definir y de las cuales debemos aprender ahora que estamos ad portas de un acuerdo de paz.

Es el caso de la alianza criminal del cartel de Medellín con sectores de la clase política. Escobar y sus aliados combinaron las formas de lucha para lograr su empresa criminal: cooptaron parte de la clase política y asesinaron a quienes se les atravesaron en su empeño por tumbar la extradición y salvaguardar su negocio. Su intento por hacerlo vía presidencias de comisiones primeras de Senado y Cámara en 1986 se frustró; tampoco pudieron con el mico en el proyecto de referendo de 1989; pero finalmente lograron su cometido con la caída de la extradición en la Constituyente. El grueso de esta macabra alianza sigue hoy impune.

De igual forma espantan algunas circunstancias de la etapa final en la guerra del Estado contra Escobar. El capo fue abatido por las autoridades, claro, pero siempre quedaron en la memoria las absurdas condiciones de su reclusión y esa especie de “todo vale” que significó el rol de los Pepes en la cacería final.

Con el proceso 8.000 parecía que por primera vez se conocería toda la verdad sobre un episodio nefasto de la historia del país, en ese caso la alianza cartel de Cali y política, y que serían castigados todos los involucrados. Se develaron buena parte de esos nexos pero terminamos con responsabilidades parciales y un elefante que aún hoy sigue rondando al país.

Las fallidas negociaciones de paz también han dejado heridas. En el caso del Caguán, las responsabilidades políticas quedaron claras, pero la burla en que se convirtió la zona de distensión y los errores del Gobierno dejaron una huella tan profunda que son precisamente el origen de parte de los temores que hoy acechan a muchos frente a la nueva negociación.

Con los paramilitares, la presión de diversos sectores y los mínimos exigidos por los cada vez más altos estándares internacionales en términos de verdad, justicia y reparación podrían haber servido para que se lograra poner fin definitivamente a ese capítulo. Sin embargo, hoy el país no pasa la página pues se ha conocido una verdad fragmentada (entre otras cosas porque parte de la verdad se fue extraditada), las víctimas no han recibido la reparación prometida y buena parte de esos grupos se reencauchó en las bacrim.

Ahora el presidente Santos ha demostrado que tiene muy claros los errores del pasado y, con eso en mente, fue que se pactaron las condiciones de la negociación en Cuba. Esa es la razón principal por la que muchos colombianos, la mayoría, según varias encuestas, respaldamos la negociación.

Resulta fundamental, sin embargo, tener más en cuenta tanto a las víctimas de las Farc como a los sectores que son temerosos de lo que pueda resultar del proceso. No me refiero a quienes se quieren atravesar como vacas muertas a la búsqueda de la paz, o bien porque sólo creen en la guerra como “solución” o bien porque no se aguantan que otros logren lo que ellos no pudieron.

Para legitimar el acuerdo e iniciar la cicatrización definitiva de esa herida, tal vez la peor de todas, no basta con que las Farc acepten que han sido victimarios: deben contar toda la verdad sobre sus actos, reparar en serio a sus víctimas y aceptar que, si bien es cierto que se trata de un proceso en un marco de justicia transicional, si para las víctimas la dosis de justicia no es suficiente, para Colombia la herida no sanará.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar