Alfredo Molano Bravo y el arte de escuchar

Frente a la indiferencia del centro, contesta con una escritura frenética y disciplinada, una sensibilidad sincera y un “yo” que ha utilizado para llevarnos a buscar la esencia de nuestra Nación.

El Espectador
07 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.
Alfredo Molano Bravo sigue siendo un ejemplo para el periodismo y sus palabras son una invitación para narrar lo invisible y ayudar a construir un país distinto. / Ilustración por Betto
Alfredo Molano Bravo sigue siendo un ejemplo para el periodismo y sus palabras son una invitación para narrar lo invisible y ayudar a construir un país distinto. / Ilustración por Betto

El Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la vida y obra de Alfredo Molano Bravo es el justo reconocimiento de la importancia que tiene para Colombia que alguien se haya atrevido a transgredir los prejuicios e ir a contar las historias escondidas por el conflicto, la geografía y un país central, desinteresado por lo que no ocurra en las urbes. Molano Bravo sigue siendo un ejemplo para el periodismo y sus palabras son una invitación para narrar lo invisible y ayudar a construir un país distinto.

Bogotano, nacido en 1944, y sociólogo de profesión, desde 1985 empezó a publicar historias que daban fe de sus viajes por lugares inexplorados por el periodismo nacional. Alejado de la academia porque, como lo contó al recibir el premio, volvía “acartonada y seca” su escritura, decidió narrar “buscando los adentros de la gente en sus afueras, en sus padecimientos, su valor, sus ilusiones”.

El resultado es una obra subversiva porque, ante la versión oficial que disimula sus propios vacíos, Molano Bravo se encargó, de nuevo en sus palabras, de editar aquellas voces que “han sido distorsionadas, falsificadas, ignoradas”, convirtiéndose así, en opinión del jurado del Simón Bolívar, en el “guardián” de Colombia por medio de “relatos de cotidianidades insospechadas, porque provienen del país remoto, o piedras de escándalo por denuncias de abusos de poder y, no pocas veces, exámenes críticos de las ideologías en las que se estancan los movimientos políticos”.

Molano Bravo es, además, una muestra de que el periodismo, para lograr su cometido, no necesita más que una libreta, unos lápices y la determinación de escuchar sin juzgar. Como lo dijo en su discurso, “la gente cuenta cuando se le oye y lo hace con una sinceridad limpia (...) con generosidad, con soltura, con humor, con fuerza. Chisporrotea. No es difícil oírla porque habla lo que vive. La dificultad comienza cuando el que trata de escribir no oye porque está aturdido de juicios y prejuicios, que son justamente la materia que debe ser borrada para llegar al hueso”.

Por supuesto, salirse de lo tradicional trae obstáculos, peligros. Quienes no quieren dejar ver lo oculto o, simplemente, no están interesados en que Colombia se conozca más allá de las élites y ciertas ciudades, se han encargado a lo largo de los años de aislar y estigmatizar la voz de Molano Bravo. Eso sólo lo ha motivado a seguir recorriendo todos los rincones de nuestro país. Su apuesta ha sido clara: frente a la indiferencia del centro, contesta con una escritura frenética y disciplinada, una sensibilidad sincera y un “yo” que ha utilizado para llevarnos a buscar la esencia de nuestra Nación, sin esconder el punto de vista, confesando y deconstruyendo los sesgos, hablándonos con el afán de alguien que ha visto la injusticia del silencio y viene a sacudirnos la cómoda complicidad con el statu quo.

Celebramos que nuestras páginas hayan servido —y seguirán sirviendo— para sus palabras, sus personajes y sus voces necesarios. Lo felicitamos y le cedemos la palabra a ese mensaje con el que terminó su discurso de aceptación del premio: “No podemos seguir viviendo en la zozobra, en la parálisis, en la oscuridad del miedo. Estamos a punto de dar el paso que el país, su gente de tierra, barro y sudor merece y no aplaza ni endosa. Los personajes de los que he tratado de ser eco: los colonos de la Serranía de La Macarena o del Perijá, los indígenas de Tierradentro o de la Sierra Nevada, los negros del río Salaquí o del Timbiquí; los campesinos del sur de Tolima y del Catatumbo, las mujeres de allá y de aquí cerca de mi corazón –siempre las mujeres– están todos aquí acompañándome. A ellos y a ellas devuelvo con gratitud este premio”.

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