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¿Qué hacer con Ortega?

LA LÓGICA DE LA POLÍTICA INTERNAcional no es ni será jamás la misma que rige la política doméstica, y el Gobierno colombiano parece estar encontrándose frecuentemente con esta lección. Si bien la política de Seguridad Democrática ha sido interpretada como exitosa por sectores amplios de la opinión colombiana, su lenguaje sigue sin tener resonancia entre nuestros vecinos.

El Espectador
25 de junio de 2008 - 08:58 p. m.

Al contrario, la oposición es férrea y en ocasiones altisonante y poco diplomática. Así lo demostró el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, al transportar y otorgar asilo político a las guerrilleras colombianas que se encontraban en el bombardeado campamento de Raúl Reyes y al referirse en términos inamistosos y desobligantes al Presidente colombiano.

Pero el mandatario nicaragüense y los líderes de esta oposición regional a Álvaro Uribe y su estrategia antiinsurgente no pueden ser tratados de la misma forma como han sido tratados los líderes de la oposición dentro de nuestras fronteras nacionales. Asumir lo contrario sólo llevará al país a un escalamiento de las diferencias y, consecuentemente, a la progresiva imposibilidad de resolver a las buenas el problema que ha generado la internacionalización del conflicto colombiano.

De hecho, adoptar la doctrina Bush de ‘o están con nosotros o están en contra nuestra’ le puede traer efectos muy nocivos al proceso de inserción del país en la arena internacional. Casi tan malos como los que le trajo al mismo Bush cuando decidió relanzar su guerra antiterrorista en Irak sin el apoyo de la comunidad internacional.

Seguir intentando que Venezuela, Nicaragua o Ecuador ‘compren’ el discurso del Gobierno colombiano —muy bien complementado por el discurso estadounidense después del 11 de septiembre y mayoritariamente aceptado por la opinión colombiana— de que las Farc son un grupo terrorista, no es realista. Y no lo es por razones ideológicas y por razones estratégicas. Ideológicamente, mientras Colombia se ha movido más y más hacia la derecha, una buena parte del continente ha dado un giro importante hacia la izquierda. Hacia una izquierda escéptica, por diversas razones, de los discursos antiterroristas promovidos por Washington y Bogotá al unísono.

Y como era de esperarse, esta tendencia ha estado acompañada de lecturas más o menos críticas y más o menos radicales del poder de Estados Unidos en el área latinoamericana. Mientras unos están interesados en juntarse para balancear y de esta forma reducir el poder de Estados Unidos, otros estamos en el plan de sacarle el mayor provecho posible a una alianza con la solitaria hegemonía estadounidense.

De manera que se trata más de un problema de estrategia y de posicionamiento internacional, y mucho menos de enemistades personalizadas u orgullos nacionales heridos. La posición de Ortega debe ser leída en este mismo sentido y teniendo en cuenta que, al final, del grupo opositor a Uribe en la región, Ortega es quien menos mal librado sale por el contenido del computador de Raúl Reyes.

Lo que queda para Colombia hacia adelante es aprender a convivir con la diferencia, enviar mensajes claros sobre su posición frente al conflicto y hacer valer que ésta sea respetada. El resto, como bien decidió hacerlo el Gobierno ante las nuevas declaraciones de Ortega, debe ser seguir el camino de la multilateralización.

Darle a la OEA la tarea de que se constituya en foro de discusión, que ayude a los líderes a que hagan sus respectivas catarsis emocionales, medie y resuelva pacíficamente los eventuales enfrentamientos, demuestra un respeto contundente por la institucionalidad del sistema interamericano y la voluntad colombiana de no resolver las disputas por las vías de hecho. La renuncia a tramitar las crisis —que no van a disminuir ni en número ni en intensidad— a través de micrófonos y medios de comunicación, debe ser irrevocable. El gran reto, en síntesis, consiste en no dejar escalar las inevitables tensiones que resultan de proyectos políticos y estratégicos casi irreconciliables.

Por El Espectador

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