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Humanismo silencioso

La decisión que en buena hora tomaron los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez de manejar el asunto del intercambio humanitario de manera discreta, parece estar entrando en una senda de buenos augurios. Parecería haber una correlación directa entre discreción y eficacia, después de tantas frustraciones.

El Espectador
19 de noviembre de 2007 - 04:02 p. m.

Los indicios son promisorios. La reunión esta semana en Venezuela del presidente Chávez y la senadora Piedad Córdoba con Iván Márquez, del secretariado de las Farc, y la promesa allí anunciada de que ese grupo guerrillero entregará pruebas de supervivencia de los secuestrados en su poder, se suma al ofrecimiento de Simón Trinidad de “hacerse a un lado”, es decir, de no exigir que su liberación forme parte del intercambio, y al respaldo público a este nuevo intento por parte de varios mandatarios del mundo.

En general, los procesos de negociación entre partes contendientes tienen unas etapas y momentos en los que la absoluta reserva es una condición indispensable para el avance. Esto no implica que se actúe a espaldas de las comunidades representadas: quiere decir que la polifonía de voces puede distorsionar los planteamientos de los interlocutores directos e introducir variaciones que pueden llegar a hacer imposible su desarrollo.

La discreción es un componente fundamental para que, con calma y sindéresis, las partes puedan llegar al punto en el que se convenzan de que el intercambio es un acuerdo en el que no hay perdedores. Es de esperar que los tres actores del proceso entiendan que tienen todo por ganar y nada por perder.

Si el presidente Uribe abandona por unos días su retórica bélica y propicia una posibilidad de éxito, habrá dado un paso significativo en la ruta hacia una futura negociación de paz y esto será un triunfo político de hondo calado.

Si los enemigos de Chávez aceptan que su eventual éxito como mediador es mucho más importante que su protagonismo, deberán entender que su contribución es un paso enorme en ese anhelado proceso de paz y que este logro es mucho más importante que los intereses personales que se le adjudican.

Y esta convicción es especialmente importante para las Farc, que tendrán que entender que renunciar a su estrategia de hacer del intercambio un espectáculo puede significar una ganancia en lo que respecta a su muy mala imagen internacional. Y esto no es de poca monta.

La opinión pública mundial aguarda gestos por parte de las Farc. Es de esperar, por ejemplo, que las gestiones del profesor Moncayo en Europa conciten más y mejores apoyos por parte de la Unión Europea o de algunos países de esa región, y que se unan a los constantes clamores de los colombianos que esperan resultados que les permitan recobrar a sus familiares secuestrados. Serían muy sordas las Farc si despreciaran la ocasión.

En este proceso, al parecer, se han superado algunos escollos, como la proverbial locuacidad tanto del presidente Chávez como de la senadora Piedad Córdoba, y las estridencias y provocaciones a las que se ha visto sometido Chávez por parte de sectores de la oposición en su país y de altos funcionarios del Gobierno colombiano. Es afortunado que éstos hayan sido corregidos oportunamente por el presidente Uribe y el canciller Araújo. Este gesto debe interpretarse como un apoyo a esta estrategia del silencio y la discreción. Ojalá no nos equivoquemos. Y los actores tampoco.

Por El Espectador

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