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Jaque a las Farc

FALTAN LAS PALABRAS PARA DESCRIbir el regocijo que produjo la noticia dada en la tarde del miércoles al país por parte del Ministro de la Defensa y para expresar el agradecimiento ciudadano a los miembros de nuestra Fuerza Pública, por la que sin duda ha sido una operación estratégica sin par en la batalla del Estado contra las Farc, que culminó con el rescate, sanos y salvos, de Íngrid Betancourt, de los tres contratistas estadounidenses —Thomas Howes, Keith Stansell y Marc Gonsalves—, así como de once policías y militares que estaban muriendo en la selva a manos de sus captores.

El Espectador
02 de julio de 2008 - 08:11 p. m.

La descripción de la operación demuestra un trabajo serio, paciente y cuidadoso para infiltrar y engañar a los mandos superiores de las Farc. Y, quizás lo más importante, se trató de una operación que abandonó la idea de un rescate a sangre y fuego, como en muchos momentos se planteó, y puso por encima de todo la seguridad de los secuestrados, como siempre se pidió.

Haber conseguido que las Farc, infiltradas, cayeran como borregos para concentrar a los 15 secuestrados liberados ayer en un mismo lugar y que se montaran en un helicóptero “de una organización ficticia” que creían amiga, cuando en realidad se trataba de una aeronave del Ejército Nacional, demuestra una planeación de un profesionalismo nunca antes visto en el país. Ya habrá tiempo de conocer en detalle cómo se pudo lograr tal nivel de engaño y cuál fue la participación internacional en la operación, pero por lo pronto es un gran alivio para la ciudadanía conocer el altísimo nivel de infiltración en que se tiene a la guerrilla y, por lo tanto, el creciente deterioro de su poder para hacer daño.

 Este golpe magnífico a las Farc se suma a los muy fuertes que lo precedieron, la muerte de tres miembros del secretariado, entre ellos su máximo comandante, lo cual sin duda demuestra que, si bien la guerra continúa, las fuerzas del Estado han logrado con paciencia e inteligencia dar la vuelta a su favor en el balance de fuerzas de esta guerra. Eso sin hablar de los 2.480 guerrilleros que, según los datos oficiales, desertaron el año pasado, y avanzando. En esas condiciones, las Farc se encuentran frente al reto histórico de hacer un viraje en su guerra anacrónica e inhumana hacia un planteamiento de paz. Sería lo lógico, aunque la lógica sea lo que menos hayan mostrado las Farc en los últimos años y, en parte por ello, por eso están en caída libre. Ojalá lo entendieran por fin.

Las liberaciones de ayer constituyen una gran noticia, no solamente para las familias de los secuestrados liberados que después de tantos sufrimientos vuelven a la vida, sino en general para todos los colombianos que aspiramos a que este delito sin nombre que es el secuestro sea erradicado definitivamente de nuestro conflicto. De manera que al trabajo cuidadoso y certero de nuestra Fuerza Pública en esta ocasión —que debe continuar— debería también acompañarlo un trabajo similar en el campo político para llegar a un paulatino destierro de las formas más inhumanas de la guerra, mientras se puede llegar a su final.

 Porque, en medio de la celebración por la grata noticia de estas liberaciones, la preocupación ahora está por supuesto en la suerte de quienes continúan condenados a morir en vida en la selva. Al perder sus principales armas de negociación con la liberación de Íngrid Betancourt y de los tres estadounidenses —y es increíble tener que hablar en esos términos de unos seres humanos—, la situación de quienes quedan cautivos será dramática. Por eso, antes que dejarse llevar por la euforia para desechar cualquier posibilidad de un acuerdo humanitario que permita negociar la liberación de los muchos secuestrados que aún están en poder de las Farc, se debe aprovechar su debilidad para adelantarlo sin cegueras coyunturales.

Gracias, pues, a nuestra Fuerza Pública por su trabajo admirable en esta operación y por haber puesto la vida de los secuestrados por delante en su planeación, a pesar de las tensiones de la guerra que a veces hacen pensar de manera diferente. Que las celebraciones duren apenas lo justo para que con la misma cabeza fría con que se ha actuado esta vez se pueda pensar en lo que viene para avizorar una salida a nuestro conflicto sin más derramamiento de sangre ni desgarramiento de familias. Y que ojalá las Farc y su nuevo comandante entiendan que les ha llegado la hora de quedar para la historia como algo diferente de una banda cerrera y sanguinaria.

Por El Espectador

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