Publicidad

Asomos de tranquilidad

Hace dos semanas hablábamos en este espacio sobre la crisis del proceso de paz que el Gobierno adelanta en La Habana.

El Espectador
26 de julio de 2015 - 02:00 a. m.

No era para menos: las Farc llevaban una seguidilla de ataques que, además de causar daños gravísimos, estaba dinamitando el poco apoyo popular que le quedaba al presidente en su iniciativa de paz; la oposición utilizaba adjetivos en sus discursos que condenaban cualquier posibilidad de avance hacia un acuerdo y el mismo equipo negociador, encabezado por Humberto de la Calle, salía a decirle al país que, en efecto, la situación era delicada. Sin embargo, dijimos también en aquel entonces que la única opción viable era seguir adelante y buscar no perder los valiosos avances alcanzados.

Hoy, el diagnóstico que debe hacerse es de cauteloso optimismo.

Empecemos por lo que debió haber ocurrido desde el principio: las Farc, por fin, se comprometieron a cesar sus actividades violentas. Debe ser que se percataron de que los votos que necesitarán en el futuro, si es que de verdad quieren que su iniciativa política tenga algún fruto, no se consiguen atacando a los votantes. Hacía falta ese sentido común, ausente en la lógica de la guerra paralela a la negociación.

El Gobierno, por su lado, cambió su actitud frente a los colombianos y destapó las cartas. Repite, sí, lo mismo que ha dicho desde el principio, pero lo está haciendo con más vehemencia, claridad y comprensión por una opinión pública sedienta de detalles. El plazo perentorio de cuatro meses, aunque comprensiblemente vago —el presidente, con justa causa, nunca se ha sentido cómodo con poner fechas límites—, sirve para concentrar esfuerzos y tener una forma de medir las expectativas. El resultado es un campo de juego con reglas claras. Bien hecho.

El principal cambio, sin embargo, ocurrió el pasado martes después de un debate de ocho horas en el Congreso de la República. De la Calle, Sergio Jaramillo (comisionado de Paz), Juan Fernando Cristo (ministro del Interior) y Luis Carlos Villegas (ministro de Defensa) le rindieron cuentas al Senado sobre los avances. Al terminar, el senador Álvaro Uribe, líder opositor del proceso, dijo lo siguiente: “tengo que reconocer que al escuchar al doctor De la Calle hay un cambio que, en lo que a mí refiere, da unos asomos de tranquilidad”.

Lo fundamental de la modificación en su discurso, hasta ese momento hostil a cualquier concesión en favor del equipo negociador, es que anuncia algo que el proceso necesitaba con urgencia: reconocimiento. Porque una cosa es la crítica —necesaria, bienvenida— de aspectos puntuales de los acuerdos y del actuar del Gobierno, pero otra muy distinta era la narrativa, imperante en la oposición hasta esta semana, donde se veía la negociación como un capricho que sólo representaba la voluntad de la rama ejecutiva. Colombia entera, la Colombia legal y democrática que actúa respetando las leyes y la Constitución, debe verse sentada en La Habana, representada en los negociadores oficiales. Sólo así podemos asegurar que un posible acuerdo final tenga algo de legitimidad. Bien por el Centro Democrático al matizar su lenguaje, lo necesitaba el país entero.

Falta mucho trecho y mucha discusión para alcanzar un acuerdo, pero algo sí es cierto: después de la crisis, estamos más cerca que nunca. Eso lo celebramos.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar