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Banderas de reconciliación

Parodiando a Gabo, se podría decir que 54 años después, frente al malecón de La Habana, Wayne Smith habría de ver ondeando de nuevo la bandera de su país, que él vio arriar cuando era diplomático estadounidense allí en 1961.

El Espectador
17 de agosto de 2015 - 02:23 a. m.

La ceremonia, que el viernes pasado contó con la presencia del secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, marcó no sólo la reapertura de la Embajada de este país en Cuba, sino el fin de más de medio siglo de un enconado enfrentamiento en medio de la Guerra Fría. Sin embargo queda un largo trecho por recorrer.

Hemos saludado de manera entusiasta cada uno de los pasos dados por Washington y La Habana, luego de que los presidentes Obama y Castro anunciaran a mediados de diciembre de 2014 el reinicio de relaciones bilaterales. La construcción de confianza ha pasado desde entonces por el valeroso anuncio de finalizar con el odioso embargo unilateral impuesto contra la isla. Luego, el 20 de julio anterior, el canciller Bruno Rodríguez presidió la reapertura de la embajada de su país en Estados Unidos. De esta manera se corrobora el hecho de que, si hay voluntad política y deseos sinceros de parte y parte para restañar las heridas del pasado y abrir un nuevo capítulo en la convivencia binacional, las cosas se pueden dar.

Infortunadamente los enemigos de la reconciliación están decididos a aguar la fiesta. A corto plazo, el Partido Republicano, metido de lleno en la campaña para las elecciones presidenciales del año entrante, anunció que desde el Congreso, donde cuenta con mayoría en ambas cámaras, va a torpedear el proceso de entendimiento bilateral. Aunque las posibilidades de que lo logre no son claras, la otra alternativa está prevista a mediano plazo. Si el nuevo presidente fuera un republicano, y mantuvieran las mayorías en el Capitolio, las cosas se complicarían aún más. No necesariamente porque vayan a echar para atrás todo lo logrado. Sin embargo, sí podrían dar un timonazo y elevar los niveles de exigencia al régimen de Raúl Castro, así como llevar el entendimiento a sus mínimos posibles.

Lo cierto es que el creciente interés de los empresarios estadounidenses en Cuba, la posibilidad de que un alto número de turistas de dicho país “invadan” la isla, así como que los miles de cubanos residentes en el país del norte vuelvan libremente a su país, va a consolidar la relación. De esta manera, los esperados aires de apertura hacia nuevos estándares en materia de democracia, derechos humanos, respeto y garantías hacia la oposición tendrán que irse abriendo paso. Es una sentida necesidad dentro de la sociedad cubana y de los países del hemisferio. A pesar de haber alcanzado inocultables logros en materia social que le son reconocidos, también es cierto que, como reza la manida frase, aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión. Del lado cubano, no hay que olvidarlo, está el espinoso tema de las compensaciones y el de la terminación definitiva del embargo. Es decir, todavía hay mucha tela que cortar.

Como escribió el cubano Leonardo Padura Fuentes, “el hecho de que, pasando por encima de las diferencias, ambos gobiernos hayan concretado el acuerdo mayor del restablecimiento de relaciones diplomáticas, constituye un ejemplo de cómo la voluntad de diálogo puede superar los más diversos desafíos y hasta desacuerdos”. La misma lógica que esperamos se mantenga entre el gobierno colombiano y la guerrilla en sus diálogos, a pesar de los halcones de siempre que apuestan por el hundimiento del proceso de paz. Estamos en mora de enterrar también aquí los últimos vestigios de la Guerra Fría.

 

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Por El Espectador

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