La Bogotá de 2013

ANTES DE QUE LA ALCALDÍA DE Gustavo Petro arrancara en Bogotá, lo vimos responder, en uno de los tantos debates a los que asistió, que su principal pecado era el orgullo. Lo dijo sin tapujos, de frente, sin vacilar un segundo antes de responder. Porque lo sabe bien y está seguro. En efecto, el orgullo del mandatario le ha costado a la ciudad en casi todos los terrenos imaginables. La naturaleza de confrontación que ostenta el alcalde, en conjunto con la a veces muy grande mezquindad de sus opositores, están haciendo que la capital del país se estanque en una polarización deplorable. En la ceguera colectiva ante sus actos buenos. En el castigo impopular de la ciudadanía. En la ceguera individual de Petro, quien se empecina en actuar sin pensar en las cosas antes, con cabeza fría. Sólo en librar sus batallas a como dé lugar.

El Espectador
06 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

El mejor ejemplo de ello, por visible, fue el tema de las basuras. Ese fue el punto de quiebre que sirve para ilustrar, como ninguno, lo que sucede hoy día en la capital del país. Está primero la idea, que es impecable y que ya muchas veces hemos defendido en este espacio. La meta de basura cero en la ciudad, así como la inclusión de los recicladores y la confianza en que el Estado puede hacer las cosas bien, son, en general, muy buenas iniciativas.

Pero luego viene la terquedad, la “batalla” que, en sus palabras, quiso librar con los operadores privados y la improvisación que quedó expuesta, a la vista de todos, cuando la ciudad fue un caos de basura regada por tres días. Las transformaciones se dan desde las palabras que usamos, alcalde, pero deben ir acompañadas por actos igual de fuertes y de preparados. Por previsiones técnicas hasta el último detalle de la planificación, de la estrategia, del margen de error posible para evitar los riesgos. Y mejor si estas transformaciones se dan en ambientes de negociación, que seguramente hubieran evitado todo el desastre que vivimos en diciembre pasado. Eso fue lo que no vimos como ciudadanos y probablemente deba ser su principal propósito al retomar las riendas de la ciudad este año que comienza.

La radiografía se completa, finalmente, con la reacción de la ciudadanía: ciega en la crítica, cobrándole cada minuto de su Alcaldía, pensando demasiado rápido en tumbarlo sin entender todo lo que pasó con el tema de basuras durante las últimas décadas.

Esa no es la Bogotá que queremos tener. Y lo de las basuras se puede extrapolar a casi todas las realidades entre mandatario y ciudadanía. Por eso le asiste la razón al alcalde encargado, Óscar Sánchez, cuando le dijo a este diario la que puede ser la principal meta de 2013: “Ese es nuestro problema: la forma en la que nos juzgan nos exige ser impecables”. Y sí. Llegó la hora de aprender de los errores cometidos en el pasado y ser impecables a la hora de plantear y hacer efectivas las nobles propuestas que tienen.

No queremos redundar en la crítica. El alcalde ha tenido aciertos indiscutibles. Como el mínimo vital de agua (que no es poco), el subsidio al transporte público (único en su clase), el pico y placa bien sustentado que ha rendido sus frutos, la baja en los homicidios (donde la política del desarme ha contribuido) o las denuncias hechas desde el interior. Sin embargo, todo ha tenido siempre un tinte de confrontación irrazonable que le ha costado mucho más en términos políticos y de gobernabilidad.

El único que puede arrasar esa precaria polarización es el mismo Petro. No sólo con sus palabras, sino también —y sobre todo— con sus actos. Llegó la hora de que las políticas de la ciudad, que al parecer este año van a ir concentradas en la educación, la salud pública, la movilidad y el aseo y agua, estén impulsadas desde una óptica distinta. Toda gestión pública genera unos aprendizajes. ¿Los tendremos en cuenta para hacer una nueva Bogotá en 2013?

Por El Espectador

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