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Bogotá y la naturaleza

El discurso de carácter nacional del electo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, el domingo pasado, estuvo cargado de contenidos de lo que algunos analistas a nivel mundial llaman el “ambientalismo de segunda generación”.

El Espectador
03 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

No sólo habló de remediar impactos de la ciudad sobre su ambiente, producto de una crónica crisis de administración. Usando la metáfora del equilibrio de la ciudad con la naturaleza, presentó algunos lineamientos que buscan la adecuada integración entre el sistema urbano-regional y el sistema ecológico. ¿Retórica ambiental o política del siglo XXI?

Estamos frente a un desafío a la retórica que en tiempos recientes ha servido tanto para justificar la integración del antes Ministerio del Ambiente con algunas funciones del Ministerio de Desarrollo, como para, de parte de los mismos voceros, justificar de nuevo su escisión. También al más alto nivel se ha venido hablando de “minería limpia” o “minería sostenible”. El papel y el micrófono lo aguantan todo. En un ambientalismo para el siglo XXI se reconoce que la gestión de la integración ciudad-naturaleza es funcional, y debería medirse con indicadores verificables en lo técnico, en la nueva sociedad del conocimiento que Petro establece como plataforma.

La propuesta del nuevo alcalde sólo se entiende dentro del marco de un movimiento político nacional. Porque la adecuada integración se puede gestionar sólo de manera limitada desde el Palacio Liévano. Habría que modificar, así sea parcialmente, políticas del orden nacional. Porque una “Bogotá cero basuras” sería imposible frente a una política nacional de desechos sólidos ilimitados. Entregar un mínimo vital de agua a los bogotanos, priorizando este derecho universal en los más pobres, es imposible con una política nacional que hace del agua una mercancía muy rentable. No es posible una Bogotá armonizada con su entorno, con una Empresa de Acueducto que vende agua en bloque a los municipios vecinos, constituyéndose así en un agente de la urbanización generalizada. No habrá tal equilibrio si no comienza a saldarse la deuda de la ciudad con la región de Chingaza.

En fin, una gestión del cambio climático para la ciudad, tan reiterada por el alcalde en su discurso, debería partir de la precisión técnica de sus componentes de mitigación y adaptación, cada uno de ellos con serias repercusiones en elementos de la política energética nacional y del ordenamiento territorial, más allá de los límites del Distrito Capital. Bogotá, que más que una ciudad es hoy el corazón de una región urbana emergente, sólo podría equilibrarse con su entorno de influencia creciente a través de una persuasión con numerosas entidades territoriales y de un forcejeo con varias autoridades ambientales regionales, hoy dominadas por otras fuerzas políticas. Es un reto de gobernabilidad ambiental.

Si Petro tiene éxito como alcalde de Bogotá, cumpliendo así sea sólo parte de sus promesas electorales ambientales, estaría preparado para influir en la política ambiental del siglo XXI para Colombia. Habría consolidado resultados muy visionarios en el 2015, ¡cuando ya el 15% del siglo habría transcurrido! En realidad, no depende sólo de Petro, sino de su capacidad de hacer entender al país que en la guerra, esta vez en contra de la naturaleza, sólo hay perdedores y que la única vía posible es la entrega de las armas que esgrimimos todos los días contra ella. Allí también es posible y necesaria una reconciliación.

Por El Espectador

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