Brasil se hizo sentir

Brasil salió el domingo pasado a las calles de más de 200 ciudades dentro de las mayores protestas desde el retorno de la democracia en 1985.

El Espectador
17 de marzo de 2015 - 09:38 p. m.

La corrupción, la crisis económica, el aumento de los impuestos y en los servicios públicos tienen a la mayoría de la población hastiada. El nivel de popularidad de la presidenta Dilma Rousseff anda por debajo del 10%, pues la señalan de ser la responsable de todos los males existentes.

Como lo señalan los analistas, el hecho de que tanto en São Paulo —donde se concentra el poder económico y se calcula que hubo más de un millón de manifestantes— como en Brasilia —donde está el poder político—, miles de personas que vestían en su mayoría la camiseta amarilla de la selección de fútbol expresaran su indignación, es un buen termómetro del clima que se vive en el país. Una buena parte ellos pertenece a la clase media, que ve cómo se le va estrechando cada vez más su situación económica, a pesar de que en plena campaña política, unos meses atrás, Rousseff insistiera en que no habría recortes ni subida de impuestos. Además, le critican que, precisamente para asegurar su reelección, la presidenta hubiera diferido la aplicación de las medidas impopulares que hoy está implementando. La estrategia le funcionó y terminó ganándole a Aécio Neves por menos del 3% de los votos.

El golpe no ha sido fácil de asimilar. Hay que tener en cuenta que durante la mayor parte de la primera década del presente siglo, Brasil vivió una época de bonanza. Sus tasas de crecimiento estuvieron en promedio alrededor del 4%, alcanzando incluso 7,5% en 2010. Esa época de vacas gordas fue muy bien capitalizada por Lula da Silva, pues como presidente logró sacar a cerca de 30 millones de personas de la pobreza y pasarlas a crear una nueva y muy poderosa clase media. La misma que empezó a consumir de acuerdo con su nuevo poder adquisitivo, se endeudó, comenzó a pagar impuestos y a exigir mejores servicios públicos. Y ahí vinieron los problemas. Frente al acelerado proceso de mejora en su condición social, ni el Gobierno federal ni menos aun los estatales o los locales estaban preparados para ofrecer mejores servicios. Las protestas en las calles no se hicieron esperar durante el primer período de Dilma, incluso llegando a poner en duda la realización del Mundial de Fútbol.

Si a lo anterior se le suman en los últimos años el efecto negativo de la crisis mundial en la economía del país, la moneda sobrevaluada y el alto costo de la vida, todo condujo a que la presidenta nombrara recientemente a un economista de corte liberal, Joaquím Levy, para poner en marcha el impopular paquete de medidas de ajuste que se encontraba represado. Aumento de los impuestos, de la luz, de la gasolina, de las tasas de interés, así como necesarios recortes. Como consecuencia cae el consumo, para controlar la inflación, pero aumenta entonces el desempleo y la paciencia de la población tiene un límite.

Volviendo a Brasil, se produjo la chispa que ha encendido de nuevo la pradera: el gran escándalo de corrupción de envuelve a Petrobras, la mayor empresa del Estado, que se ha llevado por delante a un gran número de empresarios y políticos, pero que golpea de manera muy directa a Dilma Rousseff y a su partido, el PT.

Con todo, aún hay tiempo para que el camino se redefina. Son necesarias al menos tres cosas dentro de todo este panorama: lucha contra la corrupción de una forma frentera, reforma política que exige repensar buena parte del Estado y, por supuesto, un ajuste económico que les permita respirar a las clases medias conscientes de su situación y cuya paciencia ante la crisis se ha agotado.

No sobra preguntarse desde Colombia si ese espejo que fue Brasil en su prosperidad reciente y su lucha contra la pobreza, también lo será en el ajuste.

Por El Espectador

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