La campaña en curso

La legitimidad de la decisión que se tome dependerá en gran medida de cómo se lleva a cabo la promoción de ambas posiciones.

El Espectador
28 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.

El 2 de octubre es la fecha en la que los colombianos deberán tomar la decisión de si aceptan o no la totalidad de lo acordado entre el Gobierno y las Farc. Estamos, entonces, en una campaña con implicaciones monumentales y, a la vez, frente a la oportunidad de cambiar la forma en que se llevan a cabo los debates públicos en el país.

Eso lo deben entender los promotores del Sí y los del No, sean líderes políticos o ciudadanos intentando convencer a sus conocidos. No puede repetirse esa maña de la cultura política colombiana donde triunfa el discurso retórico facilista, eficiente en sus objetivos de indignar, pero carente de contacto con la realidad. Debe haber un compromiso con la verdad, con partir cada debate de hechos verificables. Nada le aportan al país las mentiras y la desinformación. Que durante estas semanas nos exijamos más los unos a los otros y pidamos razones claras. Hay un acuerdo de 297 páginas que es lectura obligada antes de cualquier discusión. Y todo lo que se diga deberá, idealmente, estar soportado en ese texto. Tenemos que estar a la altura del primer acuerdo en la historia del país que propone un camino para que las Farc dejen de existir como grupo armado.

Humberto de la Calle, jefe de la delegación del Gobierno en La Habana, dijo que, a su juicio, este es el “mejor acuerdo posible” que pudo salir de un diálogo con las Farc. Esa es una buena idea que puede permear los debates que se van a llevar a cabo: que quienes apoyan al Sí, en sus argumentos, expliquen por qué lo pactado, pese a sus defectos, le ofrece más ventajas al futuro de Colombia que desventajas. Ojalá no se queden en el absolutismo del concepto de la “paz”, hay que explicar, con pruebas, las bondades del texto.

Lo mismo aplica para quienes están haciendo campaña por el No. Es insuficiente que sigan repitiendo que se les entregó el país a las Farc, o que hablen de una eventual renegociación si en el plebiscito se rechaza el acuerdo actual. Ante una propuesta tan compleja como la que está en los pactos, los opositores le deben al país una evaluación sesuda que dé cuenta de cuáles son las ventajas que le ven a votar No, por qué estas superan las del Sí y, sobre todo, cómo son viables ante la realidad del país y de las Farc como la otra parte en la mesa.

Y sobre la campaña como tal, no sobra repetirnos: los chantajes en este tema que han surgido en semanas recientes por grupos que comprometen su apoyo al plebiscito a cambio de que el Gobierno les dé ciertas concesiones, son mezquinos y también deben ser erradicados de nuestra cultura política. Sabemos que las elecciones en el país son espacios llenos de lógicas clientelistas, pero no puede hablarse de mejorar la participación política en Colombia si el plebiscito se ve como una oportunidad más para sacar la tajada personal. La legitimidad de la decisión que se tome dependerá en gran medida de cómo se lleva a cabo la promoción de ambas posiciones.

Nos encantaría que en las próximas semanas sean los ciudadanos, con sus preguntas y sus opiniones, quienes se tomen el debate. Gane la opción que gane, el resultado nos afectará a todos por igual. Las cartas están sobre la mesa y ojalá los colombianos acudan masivamente a las urnas a expresar su voluntad. Aquí no hay espacio para el “a mí no me mire, yo voté por...”. Hay que utilizar todos los espacios, públicos y privados, para conversar sobre el acuerdo y, por qué no, apuntarle a construir consensos o, cuando menos, respeto por la contraparte. Que la pregunta por el fin de un conflicto no sirva de fuego para nuevas disputas, sino para recordarnos que somos diferentes, pensamos de maneras muy diversas, pero compartimos el mismo país y buscamos el bienestar de Colombia. Hagamos de esta una campaña tan excepcional como la oportunidad que nos convoca.

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