Claridad

Entrada la mañana del jueves pasado, la guerrilla de las Farc hizo estallar una motocicleta llena de explosivos en el municipio de Pradera, Valle.

El Espectador
18 de enero de 2014 - 05:00 p. m.

Así, nueve horas después de que se acabara la tregua navideña que anunciaron en diciembre pasado, y que se cumplió a medias según las diversas mediciones que se conocieron esta semana, volvió el terror: un muerto (un civil muerto) y seis decenas de personas heridas, que por ahora se recuperan en los centros de salud de la zona. Deplorable, por supuesto. Personas inocentes pagando, como siempre, los estragos de la guerra. A eso se reduce todo. Razón tiene el alcalde de Pradera al mostrar su indignación: “es el costo que deben pagar ciudadanos inocentes por un conflicto que, cuando llegó a los términos del terrorismo, empezó a comprometer a gente que no tiene que ver en el tema”. Es cierto.

Si habláramos de un ataque a un cuerpo militar o de un combate entre iguales, armados de lado y lado, algo diferente habría. Pero, igual, muerte y desolación, que es el tinte de la guerra: la misma guerra entre Estado e insurgencia, que lleva cinco décadas y que hoy quiere terminarse por medio de un acuerdo negociado entre ambas partes. Actos como este, sin embargo, demuestran varias cosas, ajenas a esa voluntad de paz.

Podría pensarse, en primer lugar, y una vez más, en la falta de capacidad de la guerrilla para acometer las acciones que antes hacía con más facilidad: invadir pueblos, tomárselos a la brava, ganarle en número y en capacidad militar a la fuerza del Estado. No es así hoy: ponen una bomba cerca de una estación de Policía a ver qué pasa. Sí, es claro, las Farc están disminuidas en número y potencia. Actos como este, más que su poder, demuestran su desesperación por ganar fuerza en los diálogos. Eso no sirve, les informamos de una vez. Maltrata a la sociedad y, encima, las deslegitima en una imagen que ya está por el piso y que se salva, exclusivamente, por el anhelo de que ya no existan más.

Pero si vamos más profundo en el tema, podríamos encontrarnos con una disidencia dentro de sus fuerzas y eso hay que identificarlo ya, mientras el proceso de paz se consolida. ¿Con quién estamos negociando? ¿A qué nos enfrentaremos después de firmado el acuerdo que, confía Juan Manuel Santos, quedará despachado este año? ¿Hay acaso en las Farc unos frentes que no sólo no le hacen caso al Secretariado, sino que tienen interés de seguir en el monte, aislados, por razones económicas o militares? Que nos despejen la duda pronto. De una vez.

Ahí vimos a Ricardo Téllez, alias Rodrigo Granda, negociador en La Habana, sorprendido por el hecho. Que no, que dudaba que el ataque estuviera planeado por las Farc. ¿Lo duda? ¿Por qué mejor no nos aclara si sí o no? Si de lo que se trata es de llegar a acuerdos que permitan poner fin al conflicto y avanzar hacia un país distinto, se requiere ir teniendo claridad sobre quiénes van a estar en ese propósito y quiénes se opondrán, para desde ya saber cómo lidiar con ellos.

Por eso estas acciones golpean directamente en la mesa y no pueden ser admitidas como algo casi natural, a pesar de que las reglas acordadas para la negociación impongan que la guerra continúe. El fin del conflicto como meta no será posible si ese conflicto no comienza también a ubicarse en ese camino. Necesitamos claridad y también acción allí en la mesa para saber a ciencia cierta a dónde es que queremos y podemos llegar. Con medias verdades no habrá acuerdo posible. Al menos no uno que sea sólido y duradero.

Por El Espectador

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