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Cuerda floja

Ya el presidente Juan Manuel Santos ha hecho sus llamados de alerta a las Farc: si siguen los ataques contra la población civil, y la ausencia de gestos de paz, el proceso que adelanta su gobierno con ellas en Cuba podría llegar a su fin.

El Espectador
01 de agosto de 2014 - 04:19 a. m.

Y las palabras del presidente se mezclan con las antipáticas y cínicas declaraciones del líder máximo de esa guerrilla, alias Timochenko, quien dijo, en su muy enrevesada carta a la opinión pública, que las Farc no tienen por qué pedir perdón ni se arrepienten de nada. Pues sí deberían, empezando por el ataque en Miranda, en el norte del Cauca, en el que falleció una niña menor de edad. Y por tantas cosas más.

Si bien es cierto que el pacto inicial es que la guerra sigue a pesar de la negociación y que hay un tono muy distinto entre los delegados plenipotenciarios de ambas partes, el proceso de paz está hoy caminando en la cuerda floja. La guerrilla aún no es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que estos actos contra la población civil son la línea que no pueden sobrepasar: ya no solamente porque es un acto inhumano, sino porque pierden, día a día, legitimidad ante la sociedad que dicen supuestamente representar. No tiene sentido.

Mucho es lo que hay que revisar en este conflicto con las Farc para que la negociación llegue a buen puerto. Lo primero es barrer el palabrerío que hay en torno: si se acabara el proceso de paz en este punto, como pretende un buen sector de la sociedad colombiana, ¿la guerrilla no cometerá más de estos actos degradantes? ¿Es acabando con esta luz de esperanza de una salida negociada como se solventará el problema guerrillero que azota a Colombia? Porque guerra frontal pura y dura hemos tenido, y si bien es cierto que por momentos las Farc se han visto acorraladas por el establecimiento, dudamos mucho de que su existencia entera se desvanezca así el contraataque militar sea feroz. No necesitamos más de eso. Las poblaciones que viven en medio del fuego cruzado merecen la paz. Y el país merece, también, no levantarse con noticias como la de la familia de Miranda, víctima injusta de la guerra. Precisamente por eso es que hay que proteger estos diálogos de paz.

Bajo esa óptica es que desde este espacio siempre hemos abogado por una salida negociada. Pero ambas partes tienen que estar a la altura. Por un lado, las Farc ya deberían estar mostrando gestos: no atacar a la población civil es el primero y obligatorio. Deberían ir preparando desde ya al país para sus primeros días de paz y posconflicto, pues a nadie convencen ya sus pomposas palabras. Mucho es lo que podrían hacer por este país sin el ruido asesino de los fusiles.

Pero si de planes de combate se trata, pues el Estado tiene una parte de la responsabilidad. La guerra sigue y debe seguir de una forma en la que la guerrilla, por supuesto, se vea acorralada militarmente. Y si bien son bastantes los discursos que ha pronunciado el presidente Santos sobre su gestión exitosa en este campo, lo que demuestra tristemente la ofensiva de las Farc en estos días es que hacen falta más acción y menos amenazas. Acabar el proceso de paz sólo generaría que ese dolor de cabeza se expanda en el tiempo. Al día siguiente del fin de los diálogos, esa misma Fuerza Pública y esa misma guerrilla serán las que estén en acción. Una prolongación de la tragedia, ni más ni menos, es lo que significa esa opción.

La paz es necesaria. Pactarla de forma lenta y detallada también. Pero el presente, lo que vive este país lejos de Cuba, debe ser el más favorable para la población civil, que no resiste más aunque mucho haya resistido. Un poco de inteligencia desde la mesa pensando en el país es lo justo.

Por El Espectador

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