De por vida

Cada vez que hay una oleada de crímenes contra menores de edad (violaciones, específicamente) se prenden las alarmas en el Congreso para enfrentar desde las leyes esa macabra realidad.

El Espectador
18 de diciembre de 2014 - 11:00 p. m.

Lo vivimos con la fallecida senadora Gilma Jiménez y lo vemos ahora con las declaraciones del presidente del Senado José David Name: cadena perpetua aprobada a través de un referendo. Esa es la propuesta. Una iniciativa que ahora coge más impulso por cuenta de la fuerza del Gobierno de Juan Manuel Santos: el ministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez, ha dicho que este proyecto tendrá mensaje de prioridad en las sesiones que iniciarán en el Congreso en marzo del otro año.

Una solución simplista, por decir lo menos. Y no queremos con esto parecer indolentes ante los hechos deplorables que registramos esta semana: el abuso físico y sexual de cuatro menores de edad en la ciudad de Bogotá. Pero no creemos que la respuesta de la cadena perpetua sea la que un Estado serio deba dar para tales eventualidades. Sobre todo porque se nos hace, primero, bastante oportunistas: es lo que los sociólogos han dado en llamar “populismo punitivo”. Eso de conseguir réditos electorales subiendo penas. Evento que abunda en el mundo pero que en Colombia se reafirma, insistimos, cada vez que un noticiero pasa las imágenes de los niños maltratados. Detrás de este afán revanchista de una sociedad furiosa no hay mucho más: no hay una política estructurada para un país que, a nivel constitucional, está planeado de una forma determinada. Hay sólo eso: una premura de venganza que se traduce en votos favorables.

Lo segundo que revela la resurrección de esta propuesta, es el mucho desconocimiento que hay de un sistema punitivo en general: el entendimiento de que los criminales van a pensarlo dos veces antes de cometer uno de estos actos si saben que irán a la cárcel de por vida. Y no es tan así: son varios los estudios que demuestran que el elemento disuasivo está realmente en el sistema de justicia. Tener un aparato judicial fuerte, eficaz, que, en efecto, haga su labor de una forma medianamente decente es lo que hace que los delitos no sucedan tanto.

En este sentido, en el de la red de desincentivos, no hay uno más fuerte que la posibilidad real de ser atrapado y juzgado. Con o sin cadena perpetua lo importante es que los aparatos policivo y judicial tengan legitimidad. Si no, es lo mismo: un juego de suma cero.

Por último, está el elemento de “merecer la pena” que es como la sociedad entiende el castigo penal. Olvida este razonamiento, sin embargo, el fin último de la reclusión tras las rejas: la resocialización del individuo. Acá en Colombia la cárcel tiene ese lineamiento principal. La realidad ha contradicho este objetivo de forma reiterada, lo sabemos: las cárceles en Colombia se ven, y en muchos casos son, un lugar para que el crimen perviva. ¿La solución a eso, sin embargo, es imponer la cadena perpetua? ¿No sería eso hacer las cosas al revés simplemente porque el Estado no funciona de la forma correcta? ¿Y ante la siguiente falla sacamos otra carta que vaya en contravía de los principios en los que se enmarca este país? ¿Seguimos construyendo una Colombia distinta a la que soñamos porque las fallas son muy grandes? Ese razonamiento es el que ha causado soluciones que terminan cayéndose por su propio peso: ahí estamos cambiando la Constitución en temas que nunca debieron transformarse.

Por todo esto pensamos que la cadena perpetua parte de un error conceptual bastante fácil de cometer. ¿Hacia allá vamos?

 

Por El Espectador

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