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Derechos no tan humanos

Es momento de que los Estados de América apoyen a la CIDH y muestren su compromiso con los derechos humanos.

El Espectador
25 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.
La CIDH ha sido un aliado fundamental del avance de los derechos humanos en todos los Estados americanos. Dejarla sin fondos es una forma de censurarla. / Daniel Cima - CIDH, Flickr
La CIDH ha sido un aliado fundamental del avance de los derechos humanos en todos los Estados americanos. Dejarla sin fondos es una forma de censurarla. / Daniel Cima - CIDH, Flickr

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pilar fundamental de la OEA, afronta en la actualidad el momento más crítico de una historia dedicada a la promoción y defensa de los derechos fundamentales en el hemisferio. Pero, a diferencia del evidente desprecio que le tuvieron las sangrientas dictaduras del siglo pasado, así como uno que otro gobierno democrático, si ahora los Estados miembros no hacen aportes urgentes de aquí a julio, la CIDH tendrá que prescindir de cerca de la mitad de sus funcionarios. Vergonzoso panorama.

La situación, a pesar de lo angustiante del momento actual, no es nueva. Coincide, además, con un período también crítico para la OEA en su conjunto. Los 34 países que la conforman redujeron este año su presupuesto general en US$2 millones, más un recorte de US$14 millones para el año entrante. En lo que hace a la CIDH, lo cierto es que la OEA sólo contribuye con un 6% de su presupuesto regular. El resto ha venido históricamente de aportes externos. Según su presidente, James Cavallaro, estos fondos han sido aportados por Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Noruega, Reino Unido, Holanda, Suecia, Suiza y la propia Unión Europea.

Sin embargo, en la reciente pasada de sombrero en Europa no les fue bien. Con el grave problema generado por los miles de refugiados, los países comunitarios decidieron concentrar sus recursos económicos para atender la situación humanitaria que viven en sus propias fronteras. Así las cosas, la CIDH se encuentra a un paso de cortar una gran cantidad de actividades que desarrolla en los diversos países de la región, entre ellas las visitas sobre el terreno para corroborar qué sucede ante denuncias urgentes por violaciones a los DD. HH. en el hemisferio.

No es un secreto el esencial papel desempeñado por la CIDH y la Corte IDH. Es este uno de los mayores activos que tiene la región frente al mundo. Su actividad, por poner tan sólo algunos ejemplos recientes, ha estado vinculada con el envío de una Comisión de Expertos ante la desaparición y presunto asesinato de 43 estudiantes en Ayotzinapa, México. Allí demostró su independencia al cuestionar con pruebas la verdad oficial presentada por las autoridades. El resultado fue la no renovación del mandato para que continuara operando. En el caso de Colombia, vale la pena recordar el apoyo recibido el año anterior ante el ilegal desalojo de más de 2.000 compatriotas indocumentados de Venezuela, así como la huida de otros 16.000 ante el temor de las represalias. El secretario general de la OEA viajó de inmediato a Cúcuta y unos días después lo hizo la propia CIDH que produjo un informe más que diciente sobre la situación.

De allí que con frecuencia los propios gobiernos no tengan mayor interés en que la comisión funcione de la mejor forma posible. Según Cavallaro, el poco interés en hacer aportes adicionales tiene un mensaje claro: “Algunos países se sienten incómodos cuando la CIDH pone de relieve los desafíos que enfrenta la región en materia de derechos humanos. Esa es nuestra función, y nos la asignaron los Estados. Pero nos estrangulan financieramente, quizá para que no podamos cumplir con nuestro mandato”. El secretario ejecutivo de la misma, Emilio Álvarez Icaza, acotó: “Los jefes de Estado de la región tienen una narrativa muy fuerte en materia de derechos humanos, pero tienen una chequera muy pasiva. Es momento de empatar el discurso. La CIDH debe ser parte de las prioridades de los países”. Tiene toda la razón.

Este es un momento de definición para los gobiernos americanos. En su totalidad. Y sí, Colombia va incluida. O se pasa del dicho al hecho o se estará presenciando cómo una institución, que es un ejemplo a nivel internacional por su seriedad, independencia y eficiencia, termina languideciendo ante la mirada indiferente de un buen número de Estados en el hemisferio. Le queda así puesto el cascabel al gato.

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Por El Espectador

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