Publicidad

Después de todo...

Terminó ayer la más complicada crisis que ha tenido que enfrentar hasta ahora el proceso de negociación de la paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana, con el retorno sanos y salvos del general Rubén Darío Alzate, el cabo Jorge Rodríguez y la abogada Gloria Urrego, secuestrados por las Farc luego de que ingresaran sin precaución ni responsabilidad algunas a una zona dominada por ese grupo guerrillero.

El Espectador
01 de diciembre de 2014 - 12:25 p. m.

Coincidimos —como lo escribimos en su momento, cuando estuvo claro que se daría una liberación pronta y sin condiciones tanto del general Alzate y sus acompañantes como de los soldados retenidos en Arauca— en la importancia que para el fortalecimiento del proceso de negociación puede tener esta resolución tranquila y sin violencia de una crisis de muy complicado manejo. El proceso ha resistido una dura prueba y eso debe impulsar avances sólidos hacia el fin del conflicto. Sobre todo porque si esta crisis tomó fuerza inusitada por la presión de la opinión ciudadana, su resolución se convierte también en un mensaje a ella de tremenda significación.

Por vez primera en estos años, las Farc han dado muestras de que sí les importa la percepción de los colombianos frente a sus actos, que sí pueden asumir la responsabilidad de darle oxígeno al proceso ante la opinión, que aun cuando sigan siendo enemigos en el campo de batalla y contradictores en la mesa de negociación, entienden que no pueden cerrarle las puertas al Gobierno en su relación con la sociedad que habrá de darle el visto bueno a lo que entre ellos se negocie. En resumen, que se pueden sacrificar éxitos militares —hasta “papayazos” como este— si ello contribuye a hacer posible la negociación. Tremendo cambio.

Con todo, ingenuo sería pensar que las negociaciones se van a reanudar como si nada hubiera pasado. Que las Farc hayan decidido no aprovechar militarmente el regalo que les concedió su enemigo, en aras de proteger la negociación, no quiere decir que no lo vayan a tratar de “cobrar” políticamente en la mesa. Las probabilidades de que esa tensión se traduzca en retrasos y dificultades en La Habana son altas y por eso mismo el reto inmediato al reanudar es lograr que este hecho en verdad fortalezca los avances en lugar de enredarse en peleas retóricas que pueden llevar a perder una oportunidad de oro para acercar el proceso a los colombianos que habrán de refrendarlo.

No les falta razón a las Farc cuando critican la actitud del Gobierno de haber suspendido la negociación cuando las reglas han sido claras desde el comienzo en el sentido de que la guerra continúa en el territorio y no debe afectar la mesa. Sin embargo, no entender que la presión de la opinión obligaba al Gobierno a actuar en consecuencia, y a partir de ahí insistir en la idea de un cese del fuego bilateral, o un “armisticio” como lo propusieron ayer, sería borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano. Si se armó la que se armó bajo las reglas actuales, en un escenario de tregua el proceso quedaría pendiente de la más mínima chispa para explotar en mil pedazos.

Si, como lo creemos, con esta crisis y su solución de la mejor manera posible se ha dado ni más ni menos que la entrada de la sociedad colombiana en el proceso de paz, como actor central y decisorio, es claro que los mensajes a esa sociedad tienen que ir en progreso. Si, como se ha sabido, la mesa avanzaba en acuerdos para el desescalamiento del conflicto en temas como el desminado o el reclutamiento de menores, avanzar en ello es lo que toca. No ha lugar a regresarse cuando justo se ha alcanzado el más alto premio de montaña.

Por El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar