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Y después del zika, ¿cuál?

Un país utópico donde las normas sanitarias erradiquen los puntos de crecimiento de estos mosquitos parece inalcanzable, pero esta no deja de ser una oportunidad para ver todo lo que aún le falta por mejorar a Colombia en temas de desigualdad económica, salud sexual y reproductiva, atención de urgencias y prevención de enfermedades.

El Espectador
02 de febrero de 2016 - 02:27 a. m.

 

 

El mosquito Aedes Aegypti se ha convertido en la pesadilla sanitaria de los colombianos: además de transmitir el dengue y el chikunguña, enfermedades que han puesto en jaque al país en los años pasados, también es el principal motivo de los contagios del virus del zika. Ayer lunes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el zika es una emergencia internacional de salud, lo que demuestra que esta enfermedad, de la cual tenemos noticia en el país desde mediados del año pasado, es más delicada de lo que parece. Pese a las medidas tomadas por el Ministerio de Salud, es imposible no sentir la impotencia de no contar con las herramientas necesarias para combatir este tipo de situaciones.

No es un problema únicamente de Colombia, por supuesto. De hecho, el contagio se dice que empezó en Brasil en mayo de 2015 y se esparció a 20 países de América Latina en zonas inferiores a los 2.200 metros por encima del nivel del mar. Los síntomas se parecen a los del dengue e incluyen fiebre, dolor en las articulaciones, erupciones cutáneas, ojos rojos y afectaciones neurológicas. Si bien en los casos individuales de adultos y niños no es una afección que represente un riesgo contra la vida, hay un nexo causal que, si bien no se ha probado, es preocupante: microcefalia en los bebés nacidos de madres embarazadas que se contagien. El número de casos de microcefalia en Brasil viene aumentando considerablemente desde la aparición de la enfermedad. Los cálculos más conservadores dicen que por cada 1.000 embarazadas con zika, nacería un bebé con microcefalia. El ministro de Salud, Alejandro Gaviria, dice que es probable que una cifra más acertada sea la de un caso por cada 100 embarazos. El peligro es preocupante.

En Colombia, el Instituto Nacional de Salud informó que ya son 1.911 gestantes contagiadas (Norte de Santander aglutina la mayoría de casos) y más de 20.000 personas presentan el virus en todo el país. Pese a que no hay certeza médica entre el nexo del virus con la microcefalia, tiene sentido lo dicho por Juan Carlos Vargas, gerente de investigaciones de Profamilia: “Si una mujer embarazada sufre zika, esta situación puede afectar su salud mental al pensar que su hijo va a nacer con malformación y, por lo tanto, ahí sí puede solicitar la interrupción del embarazo”. Es una decisión difícil, especialmente por la ausencia de claridad, pero tiene sentido que recaiga dentro de la autonomía de cada madre tomarla.

Es angustiante que los gremios de las EPS y hospitales aseguren que los centros de salud podrían colapsar y que los casos pueden llegar a 650.000 al final de este año. También se ha demostrado la precaria atención en salud sexual y reproductiva que hay en Colombia (y, en general, en los países afectados) y que las personas de escasos recursos son las más afectadas por estas situaciones. Ante la recomendación prudente del ministro Gaviria de posponer los embarazos, varias voces dentro del movimiento feminista recuerdan que el acceso a los anticonceptivos es limitado, más aún en las zonas de pobreza, precisamente donde las mujeres son más propensas a contagiarse porque son hogar de aguas estancadas donde se cría el mosquito.

Un país utópico donde las normas sanitarias erradiquen los puntos de crecimiento de estos mosquitos parece inalcanzable, pero esta no deja de ser una oportunidad para ver todo lo que aún le falta por mejorar a Colombia en temas de desigualdad económica, salud sexual y reproductiva, atención de urgencias y prevención de enfermedades. Ojalá el zika pase y no tengamos tragedias, especialmente cuando los hijos de las embarazadas enfermas nazcan, pero duela saber que algún otro virus vendrá y encontrará al país sin la fortaleza para enfrentarlo con la diligencia debida.

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Por El Espectador

 

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