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La difícil venta de ETB

En el tema de la ETB lo que está de fondo es una pregunta sobre qué es lo mejor para la ciudad: jugársela con inversiones que no parece estar en capacidad de realizar para mejorar la competitividad de la empresa, buscar un aliado estratégico con músculo financiero o venderla del todo y utilizar esos recursos en otro tipo de intervenciones sociales.

El Espectador
21 de mayo de 2016 - 05:46 a. m.

La discusión del Plan de Desarrollo presentado por el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, en el Concejo distrital, ha evidenciado una ciudad polarizada y un debate político plagado de pasiones que opacan las consideraciones importantes. Lo que ha ocurrido con la propuesta de vender la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB) resume el clima retórico de la capital del país.

Desde que hubo un cambio de mando en la Alcaldía, todos los debates se han caracterizado por un intercambio inútil de responsabilidades entre los simpatizantes del exalcalde Gustavo Petro y los defensores de la nueva gestión. El mismo Enrique Peñalosa fomentó esta situación al presentar su propuesta de vender ETB, diciendo que “ustedes ya saben bien qué ciudad nos entregaron. Acá hubo despilfarro, desgreño administrativo”. Si bien es deber de todo mandatario denunciar las irregularidades que descubra al entrar a ocupar su nuevo cargo, eso no puede usarse como estrategia para motivar todos sus actos, pues fomenta la división y no aporta al debate.

Especialmente porque en el tema de la ETB lo que está de fondo es una pregunta sobre qué es lo mejor para la ciudad: jugársela con inversiones que no parece estar en capacidad de realizar para mejorar la competitividad de la empresa, buscar un aliado estratégico con músculo financiero o venderla del todo y utilizar esos recursos en otro tipo de intervenciones sociales.

En conjunto, el Distrito posee el 88,4 % de las acciones de la ETB, las cuales el viernes pasado cerraron a $605, lo que significa que de venderse representarían un ingreso de alrededor de $1,9 billones. En juego está una empresa que emplea casi 2.800 personas y que ha sido un símbolo de la capital, pero que también tiene que enfrentar un panorama financiero complejo.

Si se observan las cifras, es difícil ignorar los retos de la ETB. Pese a una inversión estratégica de $2 billones en una red de internet de fibra óptica sin igual en la ciudad, esta ventaja competitiva no se ha podido traducir en un aumento suficiente de suscriptores para llegar a un punto de equilibrio. En palabras de la Contraloría de Bogotá: “se realizaron grandes inversiones para capturar solo un 40 % de las metas planeadas y solo un 9 % del mercado potencial”. Peor aún, los ingresos se han mantenido en cifras muy similares desde el 2008, mientras que los gastos han aumentado. Se necesitan medidas contundentes.

Revertir esa tendencia implica gastos considerables que el Distrito dice no tener voluntad de realizar, especialmente porque en un ámbito tan competitivo y volátil como el de las comunicaciones, donde hay multinacionales con bolsillos profundos, el éxito no lo garantiza únicamente la inversión. Parecería entonces que es más seguro apostarles a proyectos de intervención social con réditos a corto plazo que continuar en una compañía con proyecciones negativas. En este caso, la presencia del Estado en el sector de las telecomunicaciones no es necesaria.

Por supuesto, si se decide su venta, la ETB no puede subvalorarse. El discurso de la Alcaldía y del presidente de la empresa parecen indicar que se trata de un bien cada vez más tóxico, pero que los requisitos del mercado sean altos no significa que deba negarse todo el potencial de la compañía. Quien decida invertir en ella encontrará un campo muy fértil para crecer si cuenta con la capacidad económica de darle fuerza.

Otra discusión merece la inclusión de esta propuesta en el Plan de Desarrollo. Más allá de las preguntas sobre si formalmente se podía hacer, las cuales han realizado algunos concejales y que tendrán que ser resueltas por las autoridades competentes, el alcalde sigue promoviendo su visión de ciudad con vehemencia —como debe ser—, pero sin dejar que debates esenciales como la venta de ETB respiren y sin tener en cuenta las justas críticas que se le han planteado. Aunque el Distrito pueda tener la razón, no haría mal en mostrarse más abierto a la construcción de consensos. Después de todo, se trata del futuro de una ciudad que nos importa a todos.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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