Dilma va a las urnas

Este domingo los electores brasileños irán a una primera vuelta para escoger al presidente del país más importante de América Latina.

El Espectador
03 de octubre de 2014 - 09:23 p. m.

Según los más recientes sondeos, la actual mandataria, Dilma Rousseff, del Partido Trabalhista (PT), tiene una cómoda ventaja para pasar a la segunda ronda. Lo que está por definirse es quién será su competidor: Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño (PSB), o Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). La contienda ha girado entre escándalos de corrupción y acusaciones de todo tipo.

A pesar de que son siete los aspirantes a ocupar el Palacio de Planalto, sólo los tres primeros tienen opción de pelear por los dos cupos y representan opciones, con diferentes matices y modalidades, de izquierda o centro-izquierda. De acuerdo con las encuestas, el 74% de los electores desea que las cosas cambien. Este hecho ha sido interpretado por algunos analistas como una clara tendencia que se mueve entre dos aguas: la esperanza y el temor. Esperanza para que los problemas de inflación y corrupción puedan tener otro tipo de manejo en el próximo gobierno. Pero al mismo tiempo el repunte de Rousseff en la última semana es la mejor prueba de que el temor a perder lo ganado, y a pesar de las dificultades, sea el factor determinante al momento de depositar el sufragio.

Brasil ha logrado en la última década una impresionante transformación económica y social. De eso no hay duda. En el primer campo al ubicarse como la sexta economía del mundo y en el segundo al lograr que cerca de 35 millones de personas superaran la pobreza e ingresaran a la clase media. Pero este último indicador, que habla muy bien de las políticas sociales llevadas a cabo por el PT, primero con Lula da Silva y ahora con Rousseff, su sucesora, ha terminado por convertirse en un cuchillo de doble filo. El año anterior, dentro del ambiente de prosperidad que se respiraba en el país, miles de personas salieron a las calles en gigantescas protestas que se extendieron a lo largo y ancho del país. Ni los analistas ni el Gobierno atinaron a entender en un primer momento qué era lo que estaba detrás de tal descontento en medio de la “bonanza”.

La respuesta fue muy interesante: buena parte de esa naciente clase media se fue empoderando en su nueva condición al tener mayor acceso a la educación, se endeudó para adquirir vivienda, carros y electrodomésticos y empezó a pagar impuestos en forma. Ahí comenzaron los problemas, tanto para el gobierno central como para los regionales. Con el aumento de la inflación, el costo de la canasta básica se elevó. Los intereses se treparon hasta alcanzar la nada grata categoría de ser los más altos del mundo. Y, para rematar, la lógica de que si se pagan impuestos se pueden exigir mejoras en las condiciones del transporte público, de la educación y la salud. Todo esto puso en jaque al gobierno de Dilma Rousseff, que se dio entonces de bruces con la dura realidad de tener que enfrentar y al mismo tiempo atender las crecientes protestas, las cuales no tardaron en volverse violentas. Lo anterior, sumado a la pésima actuación de su selección en el Mundial de Fútbol, llevó a la presidenta a caer en picada en las encuestas a muy pocos meses de las elecciones.

Fue entonces que Aécio Neves picó en punta y alcanzó a pisarle los talones a la actual mandataria. Luego lo haría Marina Silva, quien llegó a empatar a Rousseff tan sólo un par de semanas atrás. Pero la batalla que se libra en las redes sociales ha sido sin cuartel y el oficialismo se mueve como pez en el agua debido a la ventaja que le dejan doce años de gobierno. La estrategia de azuzar el temor a perder lo que se ha logrado, amén de la defensa propia y el ataque a los contrarios, inclinó la balanza a favor del oficialismo. Así las cosas, mañana se sabrá quién logra pasar a la segunda vuelta y si será capaz de aglutinar a los votantes opositores en un solo bloque para derrotar a Rousseff el 26 de octubre.

Por El Espectador

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