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A Dios rogando

Marx dijo alguna vez que la historia suele repetirse primero como tragedia y luego como farsa.

El Espectador
26 de enero de 2015 - 12:12 a. m.

Lo que sucede en Venezuela parece combinar ambas cosas simultáneamente. La tragedia de un país que padece una delicada situación interna, producto de un régimen que insiste en seguir cometiendo los mismos errores, así como la farsa de querer achacar todo a una oposición dedicada, según el presidente Nicolás Maduro, a promover una “guerra económica”. Su última estrategia, anunciada hace un par de días, fue: “Dios proveerá”. Vea pues.

El país vecino vive una tormenta perfecta. En primer lugar el efecto devastador de la caída en picada de los precios del petróleo, para un país que depende del crudo en un 96% de sus ingresos. Esta situación ha estado acompañada de un profundo desabastecimiento, con largas colas para acceder a los supermercados y la prohibición del gobierno a que las mismas sean retratadas y publicadas en los periódicos. La inflación es la más alta del mundo; el Bolívar Fuerte no puede estar más débil; el tema cambiario terminó siendo un gran fracaso y el gobierno reconoce una corrupción derivada del mismo por cerca de 25 mil millones de dólares. La consiguiente falta de divisas no permite adquirir alimentos en el exterior y el sector productivo viene en barrena desde hace 15 años. Por último, se agravan los niveles de violencia que sitúan al país vecino como uno de los más peligrosos del planeta.

El presidente Maduro realizó una gira de emergencia por China, Rusia y Medio Oriente, pero los resultados fueron muy pobres. La semana anterior anunció un esperado discurso para anunciar las medidas que, se esperaba, dieran un timonazo radical en lo económico. No lo fue. Insistió en mantener el rumbo. Se declaró víctima, por enésima vez, de un complot para derrocarlo. De ahí señaló como responsables a la oposición; a la oligarquía parásita y traidora; a todos los empresarios a los que acusa de especuladores; a los golpistas; a los paramilitares causantes de la inseguridad en el país. Para cerrar con broche de oro, le dijo a los expresidentes Andrés Pastrana, Sebastián Piñera de Chile y Felipe Calderón, de México, quienes se encuentran en el país en un evento promovido por la dirigente opositora María Corina Machado, que “les damos la bienvenida y desde ya el pueblo los repudia, los rechaza. Se convirtieron en un club de presidentes vagos que les pagan con dinero sucio para que vengan a apoyar un golpe de Estado”. En esas condiciones, que por lo absurdas no deberían ser tomadas en serio, es que se mueve un barco que hace agua.

El viernes anterior la oposición convocó a una marcha de ollas vacía para protestar por el desabastecimiento, que afecta a todos por igual. La llamada Mesa de Unidad Democrática, MUD, demostró que pese a los problemas internos que afrontan quienes adversan al régimen parecen haber recobrado una dinámica conjunta. Sin embargo los problemas de fondo se mantienen. La línea “dura”, que privilegia las acciones de calle, en la que están Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledesma, no han terminado de limar asperezas con el excandidato y gobernador Henrique Capriles Radonsky, partidario de no generar confrontaciones innecesarias que legitimen la represión por parte del gobierno.

En diciembre habrá elecciones legislativas y el gobierno está buscando la mejor forma de solventar el gasto público y así mantener el apoyo de los sectores populares que se han visto beneficiados por el asistencialismo gubernamental. El mismo que mejoró ciertos indicadores sociales pero que, como se preveía, ha terminado tambaleando con la caída de los precios del petróleo. ¿Cómo van a obrar el gobierno y la oposición en esta coyuntura? Al final del día no está de más recordarle a Maduro que hay que dejar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Por El Espectador

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