Editorial: Segunda oportunidad

El día de ayer fuimos testigos de una ágil primera vuelta de elecciones presidenciales que dio resultados apenas esperables: Óscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático (con una nada despreciable ventaja sobre sus contendores), y el presidente Juan Manuel Santos serán los candidatos que se medirán en menos de un mes ante los electores.

El Espectador
26 de mayo de 2014 - 03:00 a. m.

El próximo presidente de Colombia, con todo lo que esto implica para el futuro de este país, será uno de ellos dos: la centro-derecha del mandatario en ejercicio, contra la derecha pura y dura que representa Óscar Iván Zuluaga. Es hora, entonces, de que ellos sepan congregar en sus movimientos (y en su eventual futuro gobierno) las distintas tendencias que se vieron en la votación y que no pueden dejar de ser tenidas en cuenta: un país que salió a votar también por el conservatismo de Marta Lucía Ramírez, la izquierda de Clara López, el tinte independiente de Enrique Peñalosa y el rechazo que encarna el voto en blanco. No es poco.

En ambientes de polarización extrema como este que vivimos hoy es muy importante que nuestros dos candidatos no olviden que la democracia no es la tiranía del voto. En las lógicas alianzas que se empezarán a concebir a partir de hoy, ojalá que sean esas tendencias, esas visiones diferentes de país, las que manden los acuerdos, y no la simple transacción de intereses particulares. Una sociedad tan diversa como esta, representada en esas opciones minoritarias, no puede olvidarse de esos distintos matices que existen y que son innegables: todo lo que en esas propuestas estaba consignado. Un jefe de Estado, un buen gobernante, debe tener en cuenta esas posiciones, porque ahí también está Colombia.

Con todo, salieron del ruedo electoral, vaya paradoja, los candidatos que se mantuvieron al margen de los escándalos judiciales, la polarización y la guerra sucia. Es probable, incluso, que esa abstención histórica que se vivió en la jornada de ayer responda a lo anterior: aparte de haber sido una campaña sosa y carente de confrontación de propuestas, fue también repugnante. Y si analizamos las cosas por esa vía, es posible que gran parte de los colombianos (el 60% de los que podían votar y no lo hicieron) estén cansados de todo eso: de la guerra sucia, del intercambio de odios, de lo poco que a nuestros líderes, a veces, parece importarles el destino de la patria.

Un mensaje directo debe ser levantado hoy a estos dos rivales políticos: no más guerra sucia. No más estrategias desvergonzadas. Llegó la hora de dar muestras de altura: a punta de odio no vamos a construir ninguna nación. No es generando rencores que esta ciudadanía nuestra va a salir de ese círculo vicioso de violencia en el que está sumido. Es hora, en ambos casos, de promover un cambio drástico en sus actuaciones. Tanto de forma, en la campaña, como de fondo, en las propuestas que incluyan a una Colombia mucho más diversa políticamente de lo que hasta ahora han contemplado.

Y, de nuevo, repetimos en estas líneas de hoy lo que afirmamos ayer: esta casa editorial invita a la ciudadanía a votar para la segunda vuelta. Es fundamental que un Estado Social de Derecho se construya desde la base de una ciudadanía activa y consciente, que se haga valer en las decisiones que la afectan. El voto sirve para elegir a un candidato. Pero también para sancionarlo.

Es hora de que, con cabeza fría, esos millones de votantes que no salieron ayer piensen en qué tipo de país quieren y que, con los instrumentos que les han sido dados, participen en su construcción. De otra manera es muy difícil que todo este ejercicio luzca legítimo.

Por El Espectador

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