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El arte de profanar

A punta de unas 40 tutelas —que es como la gente cree que se resuelven las cosas en este país, desnaturalizando el instrumento—, unos grupos de católicos lograron suspender la exposición de María Eugenia Trujillo, llamada “Mujeres ocultas”.

El Espectador
29 de agosto de 2014 - 03:51 a. m.

No queremos ponernos muy eruditos con el tema: la artista tomó custodias y relicarios comprados en mercados de las pulgas y les puso una vagina tejida en el interior. Y ahí mismo se vino encima la ira, nada menos que el cuarto pecado capital: cuando supieron los extremistas católicos de la exposición y su contenido, se fueron en cruzada contra la obra, devolviendo este país a las más oscuras épocas del pensamiento humano: cuando los artistas eran censurados por una iglesia (en este casos sus fieles) juzgadora de lo bueno y de lo malo. De lo que deben o no hacer los hombres. Así es como se deshizo buena parte de la historia universal. Hoy lo replicamos en Colombia: el Tribunal Administrativo de Cundinamarca decidió suspender la obra, dándoles en parte la razón a los intolerantes y sellando con su firma una práctica corriente de la Edad Media.

Los ataques contra la obra fueron varios. El senador conservador Carlos Corsi Otálora presentó un derecho de petición (desnaturalizándolo, pervirtiendo su uso) en la oficina de Constanza Toquica, directora del Museo Santa Clara de Bogotá: exhortaba el senador, con toda la retórica leguleya que tenía a la mano, a que cancelaran la obra que allí se expondría. Y a la par vino la oleada de tutelas. Y a la par la campaña de Voto Católico en su página de internet, diciendo en comunicados cosas del siguiente tenor: “Pretendemos (...) demostrar por qué esta exposición es, intencionadamente, un acto de violencia simbólica contra la comunidad católica y una ofensa abierta a Dios”. ¿A cuál dios ofende? Al suyo. No al de Colombia, que no tiene, sino al de ellos, al que le profesan su fe: a un dios particular de una religión particular en este país donde la libertad de cultos es un derecho de todos. Al Dios católico, mejor dicho. Y, además, en su propia interpretación.

Así, en nombre de su Dios, los cruzados insisten en lo inapropiado de la obra y llegan al borde de su prohibición. ¿Qué era lo que quería mostrar Trujillo con las vaginas tejidas dentro de los relicarios? Todo parte de la palabra “custodia”: la forma en la que las mujeres, en una sociedad machista, son enclaustradas. Mucho más allá, entonces, de la profanación a cosas que unos consideran sagradas, se trata de un mensaje debajo del entendimiento literal de las figuras: arte, en últimas.

Los extremistas católicos se escudan en que en Colombia están prohibidos la discriminación y los actos de hostigamiento por motivos de religión. ¿No serán ellos, más bien, los que están cometiendo actos de hostigamiento contra todos aquellos que no piensan de la misma forma? ¿Contra los que no profesan la fe católica y que, como Trujillo, usan algunos de sus símbolos para enviar un mensaje distinto de aquel para el que fueron concebidos?

A ellos debería ir dirigida toda esa retórica efectista. Es el colmo que una artista no pueda exponer su obra porque les moleste a unos creyentes de un dios que para otros no existe. La ministra de Cultura, Mariana Garcés, ha dicho que lamenta la suspensión de la exposición pero debe acatar el fallo de tutela, buscando en la ley todos los recursos disponibles para darle la vuelta a la decisión judicial. Ojalá sí. Esperamos que el sistema democrático sea capaz de enmendar un error que le pone la daga a su propio cuello.

Por El Espectador

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