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El califato del terror

La ya de por sí difícil situación que se vive en Irak y en Siria se agrava aún más por estos días, y de qué manera. Masacres, decapitaciones y el avance de los yihadistas suníes del Estado Islámico (EI) por un lado.

El Espectador
30 de agosto de 2014 - 02:19 a. m.

De otro, las dificultades de Barack Obama para definir un plan específico para frenarlos en Siria, a pesar de mantener los bombardeos contra los militantes del EI sobre territorio iraquí, pues no desea ser señalado como “aliado circunstancial” del criticado Bashar el Asad. Muchos son los que pescan en este río revuelto sin saberse aún cuáles serán las consecuencias.

Hace un par de semanas comentábamos en estas páginas que un grupo de fundamentalistas musulmanes, cercanos a Al Qaeda en su radicalismo religioso, pero mucho más sanguinarios en sus métodos, habían iniciado una campaña militar para crear un califato bajo sus fanáticas ideas. En su despiadada Guerra Santa, Yihad, todo aquel que no sea musulmán, o se convierte de inmediato o es pasado por las armas sin contemplación. De ahí el temor de varios gobiernos de la región, entre ellos los del propio Irak, de Siria y de Irán, mayoritariamente chiítas. Ante la incapacidad de Bagdad por frenar la arremetida de los militantes del EI, el gobierno autorizó bombardeos por parte de Estados Unidos, así como el regreso de un creciente número de asesores militares. El objetivo es detener a los atacantes y derrotarlos. No va a ser fácil, empero.

Aquí surge una primera gran paradoja para Barack Obama. Luego de que George W. Bush abriera la caja de Pandora con la absurda invasión a Irak, se logró la retirada de las tropas dejando atrás un inestable gobierno entre la mayoría chiíta, los sunitas y los kurdos. Pero el castillo de naipes se vino abajo unas semanas atrás con la entrada a sangre y fuego de los yihadistas sunitas, que han estado abanderando la lucha contra el régimen de Bashar el Assad en la vecina Siria. Justo allí, hace un año, Obama estuvo a punto de actuar militarmente, pero se frenó en el último momento para no permitir, precisamente, que fueran los opositores fundamentalistas los que terminaran creando un estado musulmán. No le faltó razón entonces, pero la decisión se le ha devuelto como un bumerán.

Según los analistas, la paradójica decisión de Washington de salir de Irak y no atacar Siria terminó por dejarles las manos libres a los yihadistas para lanzarse a la creación de su califato, juntando territorios de ambos países y, eventualmente, del Líbano, para fundar un tercer Estado sunita en dicha zona. A Estados Unidos le pasó algo parecido a lo del popular cuento del ladrón callejero: primero, “que se vaya, que se vaya”. Ahora, “que vuelva, que vuelva”. Vea pues.

De momento la resistencia en Irak corre por cuenta de los combatientes kurdos, conocidos como peshmergas, que han logrado neutralizar el avance del EI con el apoyo de los bombardeos de Estados Unidos, mientras el propio Obama dice que “eliminar de raíz un cáncer como el Estado Islámico no será fácil ni rápido”. ¿Por qué cáncer? Luego de la dolorosa experiencia con Al Qaeda, no son muchos los gobiernos que quieran sentarse a esperar el desarrollo de los acontecimientos para actuar.

¿Qué hacer entonces? Difícil. La Casa Blanca quiere tener claro el qué y el cómo para obrar. Todo apuntaría a una acción conjunta que incluya a varios países, entre ellos Albania, Canadá, Croacia, Dinamarca, Italia, Francia y Reino Unido, para que actúen contra un enemigo que amenaza con afianzarse muy cerca de territorio europeo. Sin embargo, el tiempo corre, el EI sigue ganando terreno dentro de Siria y aumentan las noticias del terror instaurado dentro de lo que sería el califato.

Por El Espectador

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